La temporada estival comienza su retirada con el cierre del mes de agosto y llega el momento de hacer un repaso en profundidad a lo que ha pasado en un año que no merece otro calificativo que el de atípico. Se han reproducido en las Pitiüses problemas que hasta el momento parecían lejanos, hasta el punto de que algunos temen haber llegado a un punto de no retorno. De ser cierto, de no poder hacerse nada, habría comenzado el principio del fin de Eivissa y Formentera, y eso es algo que no se puede ni se debe aceptar.

Hasta ahora, los turistas que han escogido año tras año estas tierras han podido disfrutar hasta ahora de un lugar seguro e idílico, donde era posible combinar la tranquilidad de los rincones más solitarios junto a la universalidad de la fiesta más famosa del planeta sin temer mayores altercados que los que podían atribuirse a los avatares de la mala suerte. Ahora el panorama es desalentador: el incremento de los incidentes violentos y robos, arraigo del consumo de drogas de todo tipo, colapso de las infraestructuras viarias, de transporte y de saneamiento y una brecha social y política en aspectos fundamentales de nuestras vidas, como el modelo de crecimiento y el papel del turismo, forman un cóctel que de agitarse más de la cuenta acarreará el fin de una economía boyante y envidiada a lo largo de todo el Estado. Estas páginas acogen hoy un elaborado y pensado informe sobre los aspectos que han fallado, con la intención de que el año que viene no se repitan, de que formen parte del pasado.

Se puede y se debe hacer; y si no todos, los más importantes deben ser atajados sin contemplación. No es aceptable que el bienestar general, que incluye, por supuesto, a aquellos que sin vivir aquí estiman estas tierras y las escogen como refugio de su descanso anual, pueda verse afectado por la inoperancia de las instituciones o de la falta de voluntad. Nos merecemos lo mejor y lo exigiremos siempre. Hoy más que nunca.