En estos días dramáticos se empieza a oír en exceso la palabra guerra, acompañada por rumores de voces que parecen hablar más de venganza que de justicia. Obviamente, los Estados Unidos de América no pueden dejar sin castigo a los responsables de lo ocurrido el pasado martes. Pero en este caso, lo primero que hay que hacer es encontrarlos, tras disponer de pruebas evidentes de que se trata de los auténticos responsables y no de unos supuestos individuos habitualmente relacionados con actividades terroristas. Admitido todo ello, entendemos que la cosa no acaba aquí, puesto que urge una reflexión imprescindible para analizar con seriedad la cuestión. Se equivocarían quienes creyeran que ataques como los ahora sufridos por los norteamericanos responden a un simple brote de fanatismo "el fanatismo sólo mueve el brazo ejecutor", o a una acción aislada sin más y que por tanto no debe sino ser considerada como tal. Los atentados contra diversos centros neurálgicos del país más poderoso de la Tierra hay que inscribirlos en una respuesta general de un Tercer Mundo que no está dispuesto a soportar por más tiempo la injusticia y la desigualdad en el reparto de la riqueza. Puede adoptar la forma de un integrismo islámico, de una antiglobalización de signo radical, de un antiracismo, o cualquier otra. Pero sea cual fuere, lo cierto es que, observando los acontecimientos con cierta perspectiva, podemos advertir cómo es el descontento de los menos afortunados el que se está colando por entre las fisuras del sistema occidental. Y si Occidente aspira a salir con bien del problema, lo primero en lo que debe pensar es en una justicia que pasa por nivelar el tremendo desequilibrio hoy existente, tanto en el reparto de los bienes del planeta, como en las oportunidades de acceder a los mismos. Razones humanitarias aparte, de hacerlo así se evitarían muchos sinsabores.