Al fin, después del recuento electoral más largo y penoso que se
recuerda en Estados Unidos, el país más poderoso del mundo tiene
nuevo presidente electo: George Bush, que seguirá los pasos de su
padre como primer mandatario. Han sido semanas difíciles para este
hombre texano, al que los analistas describen como campechano y
poco inteligente, de decisiones rápidas y modo de vida ordenado y
tradicional. Muy distinto de su antecesor, Bill Clinton, que se
esforzó ayer por tenderle una mano en su camino hacia la Casa
Blanca, a pesar de no estar de acuerdo con la sentencia del
Tribunal Supremo que ha forzado la retirada de Al Gore en su
aspiración a dirigir la nación.
Ahora Bush se enfrenta a una tarea enorme. La primera de sus
prioridades "incluso Gore se lo dijo ayer en su discurso de
renuncia" será reunificar a un país dividido tras saber que los
norteamericanos votaron mayoritariamente al candidato demócrata y,
por cosas de las leyes electorales, el presidente será republicano.
Pese a ese sentimiento de confusión, los americanos tienen un
talante positivo y ya han demostrado en una encuesta que aceptan al
nuevo inquilino de la Casa Blanca, aunque crean que no hará
demasiado bien su labor. Después tendrá que enfrentarse a otros dos
asuntos importantes: la economía, que ya empieza a desinflarse en
aquella parte del planeta, y las relaciones internacionales, de las
que ha admitido no saber prácticamente nada.
Ante este panorama, el joven George Bush ha decidido iniciar su
carrera presidencial de una forma también muy americana y muy
republicana, rezando junto a toda su familia y colaboradores.
Al menos, cosa que no tuvo Clinton en su último mandato, contará
con mayoría de su propio partido en el Congreso. Y eso ya es
mucho.
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