Las Pitiüses se debaten ahora entre la necesidad de nuevas desaladoras o la potenciación de los sistemas de producción de agua ya existente. El ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, apuesta por dotar a los diferentes municipios de sus propias plantas desalinizadoras, algo que apoyan los ayuntamientos gobernados por el PP. Por su parte, el Pacte quiere evitar que proliferen, por lo que suponen de aumento de consumo energético y de construcción. En ambas propuestas, sin embargo, se constata el enorme déficit de agua de calidad que padecen las Pitiüses, y que se acentuará, previsiblemente, en los próximos años. Son, como se puede ver a simple vista, dos posturas en el mismo sentido pero radicalmente diferentes, el campo abonado para que vaya pasando el tiempo sin que se adopte ninguna decisión, ni en un sentido ni en otro, como ha sucedido ya en otras ocasiones. Es lógico que los ayuntamientos apuesten por una autogestión de sus recursos de suministro de agua, de su competencia, porque es la fórmula que se ha seguido siempre. Sin embargo, ésta no es la razón para que sea la mejor posible. En un territorio tan claramente determinado por la insularidad, los límites municipales han entorpecido en algunos casos la gestión inteligente de muchos de los servicios que corresponden a los consistorios; se han duplicado infraestructuras y despilfarrado recursos que podían haber sido más productivos si de un único servicio se hubieran beneficiado varios a la vez. Con el agua puede pasar lo mismo, lo que nos obligará a olvidar los protagonismos y poner el bienestar del ciudadano como único objetivo. El tema es suficientemente importante como para que se produzca algún tipo de encuentro entre administraciones que clarifique posturas y diseñe el modelo más razonable sobre las fórmulas con las que se destierre la carestía de agua de calidad.