Los Juegos Olímpicos de Sydney ya han arrancado con una ceremonia altamente tecnológica y masiva que fue seguida por millones de espectadores de todo el mundo a través de la televisión. Con esta celebración del deporte de todo el mundo, el Comité Olímpico Internacional, que se vio sacudido por algunos casos de corrupción, tiene una ocasión inmejorable de retomar su habitual imagen.

Las olimpiadas siempre se han relacionado con el espíritu de concordia y de convivencia de los pueblos, en muchas ocasiones enfrentados por cuestiones políticas, religiosas o económicas. Aun con estas barreras, los deportistas, como norma habitual, han demostrado estar, salvo raras excepciones, al margen de estas cuestiones.

Y es así como debe ser. Con el deporte convertido en un lenguaje universal que supera incluso las barreras idiomáticas o culturales, convirtiendo los juegos en una amalgama humana diversa, aunque con un nexo común unificador.

Además de todo ello, las diferentes competiciones generan emociones en las personas que las siguen en todo el planeta, sanas emociones que tienen que ver con los méritos de los representantes de cada uno de los países que concurren en los juegos y con los éxitos y medallas que son capaces de conseguir.

Por unos días, las rivalidades nacionales se dirimen en las pistas de atletismo, en las canchas de los más diversos deportes, en las piscinas, o en los pabellones habilitados para ello. Pero el resto de los ámbitos de la vida continúa su curso cotidiano y, por desgracia, siguen produciéndose actos violentos en múltiples rincones del globo. Sucesos y acontecimientos que hacen deseable extender el espíritu de tolerancia y deportividad de los juegos olímpicos a esos otros campos.