La presentación de las listas electorales del Partido Popular de
Eivissa y Formentera al Consell Insular y al Ayuntamiento de
Eivissa no arrojó ninguna sorpresa significativa. Después de varios
meses de idas y venidas a Madrid, dimes y diretes entre los
distintos aspirantes y diversas trifulcas de régimen interno entre
las dos facciones del partido, que acarrearon una renuncia -la de
Pere Palau- y una dimisión -la de Joan Colomar-, la lista de las
candidaturas a estas dos instituciones presentada el jueves apenas
ha incorporado cambios llamativos con respecto a los comicios de
1995.
En un partido acostumbrado a ganar, más bien a arrasar, en las
elecciones locales puede sorprender que durante los últimos meses
las batallas internas hayan protagonizado sus reuniones y juntas
directivas. El origen hay que buscarlo en el día que se planteó el
relevo de Marí Calbet y que posteriormente desencadenó la lucha de
intereses entre los aspirantes al trono. Durante ese tiempo han
sido muchas, demasiadas quizás, las palabras utilizadas, las
reuniones secretas y las zancadillas entre unos y otros para
asomarse a los primeros puestos del partido.
No obstante, lo sucedido en el PP pitiuso en este tiempo no
debería extrañarnos si se echa un vistazo a otros partidos locales
y de otras regiones o, incluso, a las propias direcciones
nacionales de los mismos. Cuando una formación asentada por los
años, como la mayor parte de los partidos en este país, entra en
este tipo de enfrentamientos, pueden ocurrir dos cosas: que
verdaderamente exista una crisis insalvable que pueda llegar a
desembocar en una escisión o que la discusión y la confrontación de
opiniones entre los miembros de un mismo partido sea saludable para
la propia formación. Ambas forman parte del juego democrático.
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