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La Conferencia de Seguridad de Múnich ha evidenciado de manera diáfana hasta qué punto están dañadas las relaciones entre la Unión Europea y los Estados Unidos de Donald Trump. La contundente intervención del vicepresidente J.D.Vance, en la que manifestó su apoyo al ideario ultraderechista y criticó a las democracias europeas, fue contestado el sábado por el canciller alemán, Olaf Scholz, que rechazó cualquier injerencia que venga de fuera. La indignación de Scholz estaba más que justificada, ya que a una semana de las elecciones germanas, las palabras del segundo mandatario estadounidense eran un espaldarazo para la AfD, la ultraderecha alemana, que según las últimas encuestas crecería de manera alarmante en estos comicios. En cualquier caso, las diferencias transatlánticas se han acentuado tanto que todo apunta a que se declarará una guerra comercial entre los dos continentes. El IVA europeo y los aranceles norteamericanos lastrarán el libre comercio como forma de castigo político, en una batalla que no beneficia a nadie.

Ucrania y Rusia.
Lo cierto es que Trump quiere llegar a un acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia sin contar, en absoluto, con sus socios europeos, en un claro desprecio a la diplomacia del viejo continente. El presidente de EEUU considera, no sin cierta razón, que el peso de la ayuda militar y económica a Zelenski ha llegado de los Estados Unidos y que, en consecuencia, está legitimado para imponer su paz.

El caso de Gaza.
Con la franja de Gaza, destruida por la guerra entre Hamás e Israel, ocurre lo mismo: Trump está decidido a convertir aquel enclave en un resort de lujo sin palestinos y solo cuenta con el apoyo de Netanyahu. Ni la Unión Europa ni el mundo árabe comparten su ocurrencia, pero parece que poco le importa al mandamás estadounidense. El ataque preventivo a Irán podría ser el siguiente objetivo de Trump.