Poder adquisitivo.
El repunte inflacionario tiene una repercusión inmediata en la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores. Es por este motivo, que la inflación es denominada como un impuesto silencioso que resta renta disponible a las familias y competitividad a las empresas que han de afrontar mayores costes para luchar en un mercado globalizado, pérdida que se agrava con los incrementos salariales que comportan revisiones que en demasiadas ocasiones no cubren la pérdida de poder adquisitivo. Es un círculo vicioso negativo que se ha de parar, como saben todos los países que se han enfrentado a tensiones inflacionarias como la actual, especialmente si se prolonga. El peligro a corto plazo es que lastre la actual fase de recuperación. A pesar de la gravedad, solo hay un preocupante silencio por parte del Gobierno y la pasividad ante este fenómeno sólo logra ampliar la cifra de damnificados.
Pérdida de competitividad.
Es fácil imaginar que el efecto del alza sostenida de dos suministros básicos como la luz y las gasolinas en las empresas, al igual que en las economías domésticas, también es muy grave. De manera gradual y sostenida, la actividad empresarial –en todos los ámbitos– se está viendo muy afectada. Y de manera negativa. Esta dinámica actual no puede prolongarse por mucho tiempo más en las condiciones actuales, un inflación del 4 por ciento es un índice desconocido en décadas en nuestro país y lanza un mensaje cuando menos inquietante ante el que no se puede permanecer impasible.