España vive hoy una de sus jornadas electorales más trascendentales de las últimas décadas, una convocatoria obligada ante la imposibilidad de alcanzar la investidura del candidato a presidente tras los comicios del pasado mes de abril. La falta de acuerdo para alcanzar la mayoría ha prolongado, hasta ahora, la interinidad del Gobierno y la correspondiente parálisis institucional; dos cuestiones que deberán dilucidarse en este 10N. Mientras, las grandes cuestiones –como el conflicto catalán o la amenaza de una nueva recesión económica– acucian para la adopción de importantes decisiones políticas.
Un escenario diferente.
Aunque sólo el final del escrutinio confirmará o desmentirá los pronósticos demoscópicos, todo indica que desde abril a noviembre el escenario político del país puede sufrir cambios importantes. El colapso previo ha generado la irrupción de nuevos partidos, mientras el reparto de fuerzas tiende a remodelarse. Los resultados dirán si el pretendido objetivo de desbloquear la formación de un nuevo Gobierno, tal y como se señaló en el momento de la convocatoria, se ha logrado. De lo que no cabe duda es que las premisas previas son muy diferentes a las del pasado mes de abril; en uno y otro lado del espectro político.
Frenar la abstención.
Durante los últimos días de esta atípica campaña electoral, de poco más de una semana, la práctica totalidad de los partidos han redoblado sus esfuerzos para combatir la abstención. Este es otro de los factores que también pueden incidir de manera determinante en el resultado de estas elecciones. Los datos del voto por correo ya conocidos hacen sospechar un incremento importante de la abstención. La preocupación, por tanto, está justificada. Balears, a la vista de la encuestas publicadas, se mantiene dentro de la apuesta por las grandes corrientes estatales. De hecho, en esta ocasión las opciones de elección de una voz propia se han reducido.