El hecho de que las Illes Balears estén a punto de batir su propio récord tanto en recepción de órganos por parte de ciudadanos anónimos como en trasplantes de riñón (los únicos que se pueden practicar en el Archipiélago) demuestra la solidaridad de numerosos baleares a la hora de donar sus órganos, de forma gratuita, anónima y sin otra recompensa que el de ayudar a un semejante. Ha de ser un orgullo que la sanidad pública bata sus propios récords en un campo tan complejo y especializado.
Ejemplo de sociedad culta.
Sólo los pueblos desarrollados, formados, estructurados y cultos pueden ofrecer un balance de batir récords en donación de órganos de manera totalmente desinteresada. También es sinónimo de colectividad equilibrada, que ha superado supersticiones y prejuicios del pasado. Únicamente las sociedades más avanzadas del planeta pueden ofrecer balances tan positivos de solidaridad por un lado y confianza en el sistema sanitario público por el otro. Al fin y al cabo, los ciudadanos donan sus órganos convencidos de que sus sistema público les dará el mejor y más inteligente uso. Además, tal capacidad de contar con donantes incrementa la categoría y el prestigio de la red pública balear, lo cual acabará por beneficiar a toda la población.
Hay que seguir adelante.
Estos gratificantes datos de solidaridad han de servir de acicate a la sociedad para que cada vez sean más los voluntarios que se sumen a las donaciones de órganos. Más de 800 personas ya han dado este paso en la Islas desde que se puso en marcha este programa en los años ochenta. Son muchos, pero sobre todo son un orgullo para la sociedad. Su gesto salva vidas y aporta lo más importante a los especialistas médicos: los insustituibles órganos humanos. Tal éxito también obliga al Govern, que debe dotar del máximo de medios posibles a los equipos destinados a los trasplantes y al tratamiento de órganos para que siga adelante este gran avance colectivo.