La incuestionable victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz tiene una trascendencia mucho mayor que un proceso interno del PSOE. Contra viento y marea, un desahuciado exsecretario general que apeló a las bases ha batido a un potente aparato, sobre todo el andaluz, en el poder desde hace más de treinta años; ha vencido a una gestora hostil, que dilató hasta la desesperación la convocatoria de estas primarias, y ha ridiculizado a la mayoría de los barones regionales y al parque jurásico del partido, comenzando por González, Zapatero y Rubalcaba, que apoyaron a Díaz. Los que echaron a Sánchez el pasado otoño no calibraron el tremendo error de propiciar la investidura de Rajoy. Las bases no se lo han perdonado.

El ‘poderío’ de Susana. Los barones, el aparato y la nomenclatura socialista creyeron que Díaz era imbatible dado el poder del PSOE andaluz. Craso error. Susana es hija política de los imputados Chávez y Griñán. Y el talón de Aquiles del PSOE en lo que respecta a escándalos es Andalucía. No era una buena candidata. Al norte de Despeñaperros, Díaz no engancha. Prueba de ello es que Sánchez, derrotado en dos elecciones ante Rajoy y con las suelas carcomidas por el avance de Podemos, tiene el apoyo de las bases en la gran mayoría de federaciones. En Balears el pedrismo ha arrasado pese a las dudas de Armengol, que apoyó a López y luego volvió con Sánchez, Pero lo seguro es que jamás volverá a verse en el PSOE un golpe interno para derrocar a un secretario general para permitir que se proclame un presidente de derechas envuelto en escándalos. Esa es la lección fundamental.

Incertidumbre. Al PSOE aún le queda un largo trecho de tensiones internas hasta el congreso de junio. Pero con Pedro Sánchez al frente, la ofensiva contra Rajoy será virulenta, lo cual puede acortar la legislatura. La dimisión del portavoz Antonio Hernando lo demuestra. Vienen jornadas de ofensiva contra el PP. Con Sánchez de líder, el PSOE gira a la izquierda.