El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha llevado a cabo una investigación reveladora que arroja luz sobre las consecuencias duraderas del consumo de alcohol en el cerebro. Aunque la creencia popular sugería que los efectos nocivos del alcohol se detenían una vez que se dejaba de beber, este nuevo estudio demuestra lo contrario. Los hallazgos indican que el daño cerebral causado por el alcohol continúa avanzando durante al menos seis semanas después de la abstinencia, un descubrimiento que desafía las nociones previas y pone de relieve la naturaleza insidiosa de esta sustancia.
Este estudio, realizado en colaboración con el Instituto de Neurociencias del CSIS (CSIC-UMH) de Alicante y el Instituto Central de Salud Mental de la Universidad de Heidelberg de Alemania, ofrece una perspectiva más profunda sobre los efectos del alcohol. Aunque la toxicidad directa del alcohol cesa al dejar de consumirlo, el estudio muestra que el cerebro sigue sufriendo cambios significativos. Este hallazgo es especialmente preocupante considerando que el consumo de alcohol, tanto en episodios de ingesta considerable como en patrones habituales, tiene graves repercusiones para la salud.
El alcohol, al alcanzar el torrente sanguíneo, afecta a todo el cuerpo, provocando reacciones adversas en cada órgano y tejido. En el cerebro, interfiere en las vías de comunicación y el funcionamiento normal, provocando cambios en el estado de ánimo, el comportamiento, y dificultades para pensar con claridad y coordinar movimientos. En casos extremos, puede desencadenar un accidente cerebrovascular, ya sea isquémico o hemorrágico. Además, el consumo de alcohol inflama la sustancia gris del cerebro, compuesta por neuronas en la corteza cerebral, el cerebelo y la médula espinal, lo que altera funciones esenciales como el control muscular, la percepción sensorial, la memoria, las emociones, el habla, la toma de decisiones y el autocontrol.
Pero el impacto del alcohol no se limita al cerebro. Afecta negativamente al corazón, causando hipertensión, miocardiopatía y arritmia. El hígado se inflama y puede desarrollar esteatosis (hígado graso), hepatitis alcohólica, fibrosis o cirrosis. El páncreas también sufre, produciendo sustancias tóxicas que pueden llevar a una pancreatitis aguda o crónica. Los pulmones no se salvan, pudiendo desarrollar el síndrome de dificultad respiratoria aguda. El sistema gastrointestinal se vuelve más permeable, lo que altera el equilibrio de la microbiota y aumenta el riesgo de enfermedades crónicas. Además, el sistema inmune se debilita, elevando el riesgo de infecciones, incluso hasta 24 horas después de emborracharse.
Esto deja a los bebedores crónicos más expuestos a enfermedades como la neumonía o la tuberculosis. Los músculos y los huesos también sufren, inflamándose y enfrentándose a un mayor desgaste y reducción en la densidad ósea, respectivamente. El consumo de alcohol también abre las puertas al cáncer, incluyendo los de cabeza, cuello, esófago, hígado, mama y colorrectal. El estudio del CSIC y la Universidad de Heidelberg enfatiza la necesidad de una mayor concienciación sobre estos efectos a largo plazo. Aunque dejar de beber es un paso crucial para la recuperación, los resultados sugieren que el camino hacia la recuperación completa del cerebro es más largo y complicado de lo que se pensaba anteriormente.
Este estudio no solo desmiente mitos sobre la recuperación del cerebro tras el consumo de alcohol, sino que también destaca la importancia de estrategias de prevención y rehabilitación más efectivas. El conocimiento de que el daño cerebral puede continuar progresando después de la abstinencia subraya la necesidad de apoyar a las personas en su proceso de recuperación y de buscar formas de mitigar los efectos prolongados del alcohol. En última instancia, estos hallazgos ofrecen una perspectiva vital para entender mejor la relación entre el alcohol y la salud cerebral, y subrayan la importancia de abordar el consumo de alcohol con una mayor seriedad y conciencia.
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