Se habla de generación perdida a aquella que nació entre 1893 y 1900 por el espíritu desorientado de muchos de los supervivientes de la I Guerra Mundial. En esa desorientación también caben otras generaciones más actuales que sobreviven a la incertidumbre de la pandemia. Los niños de la Guerra, los baby boomers, la Generación X, los milennials y los centennials se enfrentan a un panorama convulso, cada uno afectado en diferentes facetas de su vida. ¿Cómo ven el futuro? ¿Cómo ven a las otras generaciones? El baile varía según la edad y, spoiler, para ninguno ha sido fácil.
1 Centennial: Ana Conrado
Nacida en el año 2000, la pandemia ha golpeado de lleno a Ana Conrado mientras estudia y trabaja al mismo tiempo. «Ha sido el año más duro. Estudio, trabajo y doy repaso. He estado saturada pero he sacado las mejores notas», cuenta esta estudiante de doble grado de Educación Infantil y Primaria con una gran vocación desde niña.
Es consciente de que su generación ha sido culpabilizada en gran medida de los contagiados. «Estoy en contra de los botellones. Me gusta salir pero no podemos abusar cuando nos dan un poco de libertad, y más con lo que hemos pasado y los muertos que hay detrás», dice. Muchos jóvenes «han sufrido ansiedad o depresión. Mis amigos se han notado muy saturados por esta situación».
Ahora viven en plena marejada laboral y ella es consciente de que en educación «todo el mundo encontró trabajo este curso porque hacían falta profesores. Pero cuando todo mejore se irán para casa». Máster, idiomas y oposiciones son sus próximos proyectos. Otra cosa es lograr la ansiada independencia: «Lo veo muy complicado».
2 Milennial: Inés Adán
Vivió la crisis de 2008 acabando sus estudios y ahora atraviesa una nueva crisis, sanitaria y económica, recién llegada de Chile, donde ha estado tres años. Inés Adán es psicóloga, millennial y se ha bregado en todo tipo de trabajos para pagarse los estudios. Reconoce que «soy carne de cañón de ONG» y está muy comprometida con las causas sociales: colabora con Cáritas y la cárcel de Palma. Ahora su consulta se ha llenado de jóvenes de 20 a 28 años que intentan gestionar las secuelas mentales de la COVID-19, muchos afectados por depresión y ansiedad y la sensación de desubicación.
«He sido afortunada por poder independizarme a los 18 años. Ahora vivo en una casa de mis padres pero les pago un alquiler. Mis amigas de Palma han tenido que volver a casa de sus padres, algunas con pareja incluida», cuenta sobre la gran batalla de su generación: el acceso a la vivienda.
«Nos vendieron un futuro que no ocurrió», se lamenta con una ristra de carreras y másteres que al final no sirven en el mercado laboral para un sueldo digno. Es autónoma pero a su alrededor hay treinteañeros esperando un contrato fijo o pluriempleados. La natalidad es un tabú: «Solo tengo una amiga embarazada y yo me lo he planteado. Mis amigas quieren ser madres cuando lo todo tengan resuelto pero es que la maternidad penaliza».
3 Generación X: Miguel Forteza
Miguel Forteza es el ejemplo claro de la Generación X: ha vivido de lleno dos crisis, la del 2008 y ahora la de la COVID-19. Tiene 45 años y acaba de ser padre. También se acaba de licenciar en Educación Primaria, en busca de un empleo estable después de mucha precariedad. Y se acaba de comprar una casa. «Llegamos veinte años tarde a todo», dice ante su padre, Pep Forteza.
Sus dos hermanas también son funcionarias y aunque Miquel ha probado en la empresa privada, al final ha decidido apostar por un trabajo seguro. Ahora hará oposiciones. Todo esto con un bebé de cuatro meses. «Él será de la generación Pandemial», dice.
La Generación X pasa desapercibida entre la legión de los baby boomers y los millennials. Un sándwich generacional en tierra de nadie sepultada entre crisis. Cuando tenían que alzar el vuelo y empezar a engendrar, se han encontrado con los sucesivos golpes de la economía. «Casi todos tenemos hijos a partir de los 35 años y mis amigas se están sometiendo a tratamientos de fertilidad. Intentan ser madres a partir de los 40 años y ya no pueden tener». Miquel Forteza se apunta al carro de los funcionarios «pero la jubilación ni te la planteas. Ya la damos por perdida. Si no estamos teniendo hijos...».
Después de tantos vaivenes laborales, Miquel y los de su generación se han hartado y buscan seguridad. «He estado muchos años de alquiler». La juventud se estira como un chicle para una generación que se define como Peter Pan, empujada a ello por las difíciles circunstancias.
4 Baby Boom: Ana Montenegro
Solo estudió hasta EGB y lleva 38 años trabajando en la misma empresa como comercial. Ana Mari Montenegro es una baby boomer que ha vivió el esplendor económico de la Isla. «Me ha ido bien en la vida», reconoce, pero observa con preocupación el futuro de sus hijos, de 29 y 20 años. «A la edad de mi hijo mayor tenía mi casa y había sido madre. Tiene carrera y máster y le ayudamos en la hipoteca. Con un trabajo y pareja no le basta».
Nada más ser madre volvió al trabajo gracias a la abuela, que cuidó de los nietos. Ni se plantea la jubilación, «me encanta trabajar», y confiesa que ha vivido con una generación de hombres machistas: «En mi empresa no hay directoras». Tiene dos viviendas a costa de «trabajar muchísimo». Sus hijos lo tendrán más difícil en lo laboral e inmobiliario.
5 Niño de la Guerra: Pep Forteza
Pep Forteza nació en una isla que acababa de salir de la Guerra Civil y se topó con el boom. Nació en 1948 cuando aún no había despertado el coloso turístico. Su padre era fontanero y él fue el primer licenciado de la familia, ingeniero. Fue padre con 26 años y se compró su primera casa con 28 años. Tiene tres hijos, uno de ellos Miquel Forteza.
«Compramos un terreno y construimos una casa en Marratxí en 1979. Nos costó 18.000 euros de hoy», dice, aunque «ningún banco quería darnos una hipoteca y la inflación estaba altísima». Pep reconoce que no es un jubilado al uso y cuenta que acaba de llegar de Uganda, donde vive un primo suyo. «Menos mi padre, sus siete hermanos emigraron a Cuba, Argentina y África». De los mallorquines que partían en masa a la recepción en masa de inmigrantes y turistas. Setenta años de historia han dejado irreconocible la Isla.
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