Existen más de 200 variedades de este fruto del ciruelo, un árbol de la familia de las Rosáceas, por lo que podemos encontrar una amplia gama de tamaños, colores, formas y sabores. La mejor época para su consumo es desde finales de abril hasta septiembre y son realmente recomendables por su valor nutricional.
El principal componente de las ciruelas es el agua (86,3%), seguido de los hidratos de carbono (11%) y de la fibra (2,1%), tal y como destaca la Fundación Española de la Nutrición (FEN) en la publicación La alimentación española: características nutricionales de los principales alimentos de nuestra dieta, elaborada junto con el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Es un alimento con escaso valor calórico, ideal para dietas de adelgazamiento, ya que solo contiene 51 kcal por cada 100 gramos de porción comestible. Cabe destacar la alta presencia de sorbitol, un alcohol de azúcar que se encuentra de forma natural en algunos alimentos, sobre todo en las frutas. Tiene propiedades laxantes y prebióticas, pero algunas personas presentan intolerancia a esta sustancia.
Por otro lado, las ciruelas tienen un elevado contenido en potasio, un mineral clave para fortalecer el sistema nervioso y muscular, y aportan ácidos hidroxicinámicos, «entre los que destacan los ácidos cafeico y p-cumárico, y en menor cantidad, ácido ferúlico», añade la FEN. En cuanto a su composición vitamínica, no es tan relevante, ya que contiene un pequeño nivel de provitamina A y vitamina E.
Las ciruelas rojas poseen antocianinas, unos compuestos con propiedades antioxidantes y antisépticas que combaten los efectos dañinos de los radicales libres y fortalecen el sistema inmune. Uno de los grandes beneficios de su consumo es que, debido a su alto aporte de fibra, contribuyen a regular el tránsito intestinal y mejoran el estreñimiento.
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Un manjar son las ciruelas secas al Armagnac.