Lo que más me gustó de Abascal es su negacionismo de la moralidad que nos impregna cual grasa de motor concentrada y gelatinosa; es decir, el oponerse a ese afán que tiene los globalizadores y la izquierda cool de educarnos constantemente, como si no fuéramos capaces de discernir por nosotros mismos y tuviéramos que estar permanentemente tutelados por ellos que en algunos casos hasta plagian tesis doctorales: yo nunca he cortado un árbol, nunca he tirado un papel al suelo, nunca he trepado, siempre he dejado el asiento del bus a una jubilada: ¿Y ahora me tienen que reeducar estos anticasta, sus terminales y multinacionales sostenibles? Educación política, la justa. Soy nostálgico de la vieja normalidad, como dijo Rafa Nadal, no de esta nueva tan absurda y distópica. El hemiciclo ayer muy vacío lo que ya de entrada dice mucho del cainismo que vivimos y de la falta de interés de los políticos por los problemas reales de la gente. Pocos congresista porque el desprecio a Abascal ha sido en este caso no rebatirle sino ningunearle a base de disciplina de partido ‘binario', del PPSOE. Día pasado por agua en Madrid, en los alrededores del Congreso nadie, ni el Tato, salvo seis lecheras y un montón de periodistas cobijados en los toldos a la espera de nada. Los leones en su sitio. Enfrente del Congreso, la Embajada de México del Sánchez azteca, me refiero al antijuniperiano y también doctor, con su mujer, López Obrador (cuyo asistente sale en un capítulo de la serie ‘El Chapo').
La Crónica
Emoción de censura
Madrid22/10/20 7:48
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