El Gobierno del primer ministro británico, David Cameron, defendió su histórico rechazo de un tratado europeo para resolver la crisis en la zona euro, mientras en el Reino Unido crecen las dudas sobre los beneficios de esa estrategia política.

En plena conmoción nacional por lo ocurrido en Bruselas, el ministro británico de Economía, George Osborne, insistió en que Cameron hizo lo correcto.

«Si hubiéramos firmado el tratado -si David Cameron hubiera roto su palabra con el Parlamento y los ciudadanos, cedido sin conseguir las contrapartidas que pedía-, hubiéramos sentido toda la fuerza de esos tratados europeos, es decir, del Tribunal Europeo, la Comisión Europea y el resto de esas instituciones aplicando los tratados y usándolos para socavar los intereses británicos y del mercado único», declaró.

Por su parte, Cameron buscó el apoyo de sus correligionarios con una cena en su residencia oficial campestre en Chequers, en la que, según los medios británicos, se brindó a su salud.

Liberales

El viceprimer ministro y líder liberaldemócrata, Nick Clegg, intentó en un primer momento respaldar a su socio de coalición al explicar que las salvaguardas exigidas eran cuestiones técnicas que hubieran permitido al Gobierno regular con más mano dura su sector financiero.

Sin embargo, ante el aluvión de críticas de miembros de su partido -el más europeísta del país-, cambió de tono para advertir a los conservadores euroescépticos «que se están frotando las manos» del peligro de que el Reino Unido quede marginado en una Europa de dos velocidades.

La evolución de la relación entre conservadores y liberales en el Gobierno de coalición dependerá de cómo se manifieste el aislamiento del Reino Unido en Europa, y quedaría especialmente dañada si, tal como piden algunos «tories», llegara a celebrarse un referéndum sobre la pertenencia de este país a la Unión Europea.

Al margen de una minoría de euroescépticos eufóricos con la actuación de Cameron, en lo que parecen coincidir diputados de todos los partidos es en que el primer ministro erró en su estrategia política, al no buscar alianzas en Europa que hubieran evitado su aislamiento.