Hablar de empatía parece estar de moda. Sin embargo, en ocasiones se confunde el término, se sobredimensiona y es utilizado en exceso. Se equipara a habilidades comunicativas o competencias sociales de interacción. Por otro lado, se confunde con la autoestima siendo dos términos distintos. Hablar de empatía supone un proceso más complejo y multidimensional. Tiene una parte afectiva (emociones) y una parte cognitiva (ponerse en el lugar de otro). Sabemos que de manera intuitiva conocemos bien el significado de empatía como la capacidad de ponerme en los zapatos del otro. Sin embargo, esto no resulta tan fácil. Puede ser que «me aprieten demasiado o bien que me queden muy sueltos y pueda tropezar». Empatizar supone un proceso actitudinal, «querer entender al otro y validar su propio sufrimiento», de una manera sincera y genuina sin fingir. No puede ser un molde o cliché, debe personalizarse y siempre desde la escucha y comprensión. Pero a la vez, como emisor/a de empatía, dador/a de atención hacia la otra persona, debemos procurar cuidarnos y protegernos del efecto del sufrimiento ajeno, evitando así la temida fatiga por compasión. No significa «me vuelvo un/a egoísta o un/a insensible»; todo lo contrario, «atiendo, me comprometo», pero utilizo mecanismos de protección. Nuestros propios «EPI emocionales». La teoría de neuronas espejo ya nos advertía de las activaciones neuronales propias, que se ponen al uso con el simple hecho de visualizar una escena de sufrimiento. Esta activación automática e inconsciente nos lleva hacia la acción, al compromiso, al deseo imperioso de ayudar, de poner al uso acciones altruistas y proactivas. La empatía se relaciona con procesos mentales que permiten un ajuste y un funcionamiento óptimo en escenarios emocionalmente intensos.
Empatía: razón y emoción
13/01/23 8:58
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