A lo largo y ancho del año se repiten varios ejercicios de valoración de la temporada turística. A decir verdad, este ejercicio, hoy al igual que hace décadas, tan solo se puede realizar si uno se sigue dejando llevar por la inercia y delega el balance de la campaña turística a cuestiones de volumen que son las únicas que continúan alimentando el análisis del sector, ya sea en forma de llegadas acumuladas, pernoctaciones acumuladas, gasto total acumulado… y poco más.

Esta forma de proceder, además de restringir el análisis, condiciona totalmente la noción de ‘éxito’ o ‘fracaso’ del balance turístico, pues lo somete a una cuestión de volumen y nunca de valor, por mucho que se intente medir la contribución del turismo al PIB balear, el empleo y la recaudación impositiva.

De este modo, el balance así realizado no permite responder con propiedad y rigor a cuestiones relevantes como las que hoy ocupan el debate social: en términos de saturación, impacto de nuevas formas de alojamiento, rentabilidad privada y social del turismo… y lo más importante, impide a las Islas transitar de la gestión de unos flujos turísticos en expansión a nivel global a la articulación de una estrategia turística propia.

Y mientras tanto, la afluencia turística internacional bate sus propios récords quinquenio tras quinquenio. De los 5,1 millones de 1984, a los 6,5 de 1988, a los 8,2 de 1995, a los 11,1 de 2000, a los 11,2 de 2005, a los 12,7 de 2007, a los 14 de 2015, a los 15 de 2016…

Sin embargo, no se puede obviar, que esta tendencia ascendente del ‘éxito’ turístico, así medido, convive con tasas reales de crecimiento económico que, más allá de fluctuaciones cíclicas, han ido perdido fuelle de manera notable año tras año.

Así, el crecimiento medio anual del que ha hecho gala la economía balear desde la entrada del nuevo siglo (1,2%, 2000-2017) dista significativamente de las tasas de crecimiento económico que se computaron en las dos décadas anteriores (4,1%, 1980-2000).

Paralelamente, los niveles de renta per cápita han trazado desde el inicio de este siglo una senda descendente en términos reales. De hecho, la renta per cápita ha evolucionado desde la entrada del nuevo siglo a una tasa anual media negativa (-0,8%, 2000-2017) que contrasta de forma notable con el ascenso registrado durante los quince años anteriores (2,7%, 1985-2000).

Todo ello, dado el desarrollo económico que ha experimentado Balears durante estos más de 30 años y el proceso de convergencia regional que ha tenido lugar en España y Europa, señala la importancia de dejar de fundamentar la senda de crecimiento balear sobre patrones de acumulación (basados en incrementos de volumen de factores –turistas...–) a patrones de aprovechamiento (basados en incrementos de productividad –valor por turista–). Un tránsito que Balears no ha realizado, sin perjuicio de las tímidas mejoras a las que puede inducir el balance de esta temporada turística que estamos a punto de cerrar.