La economía balear sigue creando empleo –9.429 puestos de trabajo más en el primer semestre de este año, según la EPA– y, en coherencia, sigue aumentando el número de horas trabajadas —15,8 millones de horas más en el mismo periodo—. Ya en 2017, se trabajaron 960,4 millones de horas, un 0,7% más que en 2016. Sin embargo, la productividad del factor trabajo cae. Así lo reflejan los datos más recientes del INE, que muestran que la productividad por trabajador (55.721 euros, 2016) retrocedió un 0,4% en 2017, hasta los 55.524 euros.

El resultado, dado el volumen de empleo que se crea, es un aumento de los costes laborales unitarios (1,0%) –esto es de la relación entre remuneración por asalariado y productividad–, lo que supone una merma de competitividad. No es algo nuevo. La economía balear viene erosionando la capacidad de competir en los mercados de bienes y servicios de forma recurrente desde principios de siglo. Entre los años 2000 y 2017, la productividad del trabajo ha experimentado un descenso promedio anual del 0,2%, cifra que contrasta con el aumento observado en las regiones que conforman la zona del euro (0,6%, anual).

Y es que el empleo que se crea es, en su mayor parte, de bajo valor añadido y poco productivo, lo que, a su vez, aumenta la dependencia de la economía balear de la creación de empleo. No en vano, la tasa de crecimiento del 2,7% alcanzada por la economía balear en 2017 se descompone en un avance de la fuerza laboral del 3,1% y un retroceso de la productividad del 0,4%. Se trata de un patrón de crecimiento similar al que existía antes de la crisis económica, sesgado en aquel entonces hacia la construcción y ahora hacia el sector servicios, que actualmente aporta 2,2 pp al crecimiento agregado de la economía.

Es este mismo patrón de crecimiento el que impide la corrección de los diferenciales negativos en renta per cápita que las Islas han acumulado a lo largo de los últimos dieciséis años (-24,5 pp). Así lo prueba el hecho de que el avance del PIB per cápita balear en 2017 (1,2%) ha sido, con una contribución de la participación laboral efectiva prácticamente idéntica (1,4 pp vs. 1,3 pp, UME), la mitad del alcanzado por la zona del euro (2,4%).
Ante esta realidad, si no se producen nuevos avances en la productividad por trabajador y en el uso de otros factores productivos, resulta imposible aumentar el crecimiento de la economía.

Se trata de un requisito a todas luces necesario para corregir los desequilibrios que arrastran las Islas. Con todo, a pesar de que Balears ha liderado la recuperación de la actividad y del empleo desde 2013, no puede ignorarse que durante este periodo el archipiélago se ha desviado del objetivo de forjar un patrón de crecimiento sólido y estable, capaz de asegurar el progreso económico y social.

Una vez más ha faltado capacidad de decisión para abordar el diseño de una estrategia de competitividad global para Balears que aglutine y reoriente los recursos en torno a una visión de futuro que tienda a la excelencia. Algo que el inicio de una nueva fase del ciclo económico menos expansiva no debería ser excusa para no emprender.

En el fondo, en un marco mundial en permanente movimiento, ya no es suficiente que las Islas mejoren o empeoren respecto de sí mismas, sino que lo importante es que lo hagan respecto de las regiones europeas, sea cual sea el contexto interno en que unas y otras fijan objetivos, establecen prioridades y orientan los recursos, tanto públicos como privados.