En su cuarta temporada, el reality show Love Island de ITV 2 durará este año una semana más, ocho en vez de siete, y mantiene una audiencia de oscila arriba y debajo de los dos millones de espectadores. Sin duda, alta, dada la enorme competencia que existe en la televisión británica, especialmente en el prime time de las 9 de la noche.

Se presentaron del orden de cien mil candidatas y candidatos, más que el doble de todos los que solicitaron plaza en las dos grandes universidades de Oxford y Cambridge. Por el acento de la mayor parte de los concursantes no parece que hubieran tenido muchas posibilidades de ser aceptados en estas. La emisión es vista por jóvenes -sobre todo- de diferentes orígenes sociales, entre ellos, y a pesar de la oposición de muchos padres, por adolescentes menores de dieciocho años.

Aunque el programa lo que pretende es emparejar a los concursantes, y tiene lugar en el interior de una finca, no hay que olvidar que la Isla del Amor es Mallorca. Surge, pues, la duda de si afecta positiva o negativamente a la imagen, al margen del gasto directo que supone la producción. La discusión ya se planteó en su día con motivo de otra emisión británica, “Benidorm”, que no fue bien recibida por las autoridades locales.

Sin duda, las imágenes de exteriores son buenas, pero no hay que ocultar que todo el show es un llamamiento al público joven para el turismo de sexo, y lo que conlleva, y eso no es precisamente lo que parece que están buscando los hoteleros con sus inversiones en lugares como Magaluf, o las autoridades locales. Se perpetúa así la imagen de la isla como desgraciadamente nos recuerda Raphael Minder, en el New York Times, periódico del que es corresponsal en España, el pasado 25 de junio, cuando al escribir sobre los pisos turísticos señalaba que muchos los alquilan “británicos y otros que buscan vacaciones baratas con muchas borracheras”. Es penoso que un periodista afincado en nuestro país pueda escribir de esta manera, olvidándose de que a Mallorca viajan también millones de británicos, muchos de ellos propietarios de viviendas, que se comportan adecuadamente y que también ocupan hoteles de alto nivel y llenan restaurantes prestigiosos.

Claro que hay muchos jóvenes que buscan vacaciones baratas regadas de alcohol y con mucho sexo, que seguirán viniendo mientras haya un producto diseñado para ellos a los precios actuales. Llegará un momento en que algunos tendrán que empezar a pensar si merece la pena. Mientras eso no ocurra, es decir mientras la presión social, empresarial y de los medios y las autoridades no fuercen que deje de haber una oferta específica, tendremos que entender, aunque no aceptar, que se escriban frases insultantes como las de Minder.