El artículo de hoy no trata acerca de economía ni tampoco se ciñe a las fronteras de nuestro paradisíaco archipiélago. El tema que nos ocupa es de gravedad máxima y nos induce a reflexión e inmediata acción.
Para definir tipologías de personas a menudo se utilizan distintos eslóganes como “uno es lo que come”, “uno es según piensa” o bien “uno se define según actúa”. Posiblemente todos alberguen considerable dosis de certeza, pero yo incorporaría otro de no menor trascendencia: “uno es según trata a los animales y en especial a sus mascotas”. Presumimos de ser un país civilizado. Nos enorgullecemos de haber logrado un ejemplar nivel de libertades y derechos inherentes en un sistema democrático avanzado. Estamos encauzados hacia la tolerancia cero en violencia de género. Somos país refugio y de referencia para gays, lesbianas, transexuales...
Cada vez somos más tolerantes, tenemos la mente más abierta, somos menos racistas y también menos clasistas. Sin embargo hay aspectos que demuestran que una parte de nuestra sociedad se mantiene anclada en el paleolítico. Si uno presta atención al entorno, no deja de asombrarse cuando comprueba las zafias conductas y aberrantes costumbres para con nuestros amigos y compañeros de viaje, con los que compartimos y cohabitamos este planeta llamado Tierra.
Querido lector, ahora que ha llegado el verano y la mayoría ya anda con un pie en remojo disfrutando de vacaciones, considero que es momento, por encima de todo, de ser consciente y consecuente con las responsabilidades de cada uno. No puede ser que alguien que se considera “ser humano” sea capaz de abandonar en una cuneta a su perro, gato, caballo o largarto, porque decida homenajearse su tiempo estival con un viajecito a la playa, al hotelito o a casa de la madre que lo parió. Es vil, ruin, mezquino y de mente criminal dejar a un perro atado sin agua ni comida y largarse de fiesta. Resulta inconcebible que todavía existan entrenadores de galgos para carreras que ahorcan a sus esbeltos canes cuando se vuelven mayores, sufren lesiones o bien los resultados de sus carreras no han sido lo suficientemente satisfactorios para los asesinos de sus dueños.
No es de recibo que otros bellos animales exóticos como camaleones, iguanas, tritones o cualquier vistoso pez del acuario termine en la taza del wáter o en el cubo de la basura porque el nene y su papi ya han perdido el interés por los animalitos. Resulta cuanto menos repugnante que la conciencia de toda esta gente que se marcha de vacaciones por ahí, sin el mínimo atisbo de remordimiento tras haber despachado o liquidado a una parte de su familia, sea considerado humano. Porque no olvidemos que el peor enemigo del hombre es el mismo hombre, y su mejor amigo sus animales de compañía.
Hace muchos años se hizo célebre en televisión un anuncio titulado “Él no lo haría”, en referencia al abandono de perros por sus dueños en plena carretera por sus execrables u abyectos amos en época veraniega. Y tenía toda la razón. Ningún perro abandonaría jamás a su dueño, como tampoco lo haría cualquier otro animal doméstico o de compañía. A veces uno llega a la conclusión de que nuestro lado oscuro traspasa con creces la misma oscuridad.
Nuestros antepasados egipcios, originarios en buena parte de la civilización y cultura occidental, consideraban a sus animales de compañía como encarnaciones de los dioses (incluyendo a la serpiente cobra). El dios Anubis aparece con rostro de perro, el dios Osiris con cabeza de águila. Las escuelas de pensamiento en la Grecia clásica (cínicos y estoicos) situaban a los animales domésticos como los aliados naturales y protectores del hombre. Pero desde que el hombre se ha erigido en dios, en un dios del exterminio, el resto de especies peligran. Si la perversidad alberga algún resquicio coincidente respecto a la inteligencia es que tampoco tiene límites. Apreciado lector, disfrute del verano y cuide mucho a sus compañeros de viaje; de piel, pelo, pluma o escamas.
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