En esta sección hablamos continuamente de perspectivas, soportes, resistencias, miedos, rentabilidades... Pero, ¿por qué invertir en bolsa?, ¿por qué asumir riesgos con lo tranquilo que estoy? La respuesta es simple: porque nos lo merecemos, o al menos se lo merecen los ahorros que tanto sudor nos ha costado conseguir.
La inversión en bolsa es muy cómoda para el pequeño inversor, es la más rentable a largo plazo, es simple, es líquida y además fiscalmente tiene ventajas que no tienen otras (especialmente si se optimiza de forma financiero-fiscal). Los motivos son claros: es cómoda porque cualquier pequeño ahorrador puede acceder a invertir en cualquier mercado del mundo, es la más rentable porque se hacen inversiones en empresas, es decir en la economía productiva, algunas de ellas con crecimientos ilimitados que deben compensar, gracias a la diversificación, las pocas que van mal (e incluso que quiebran), es la más líquida porque se pueden deshacer en cualquier momento y además fiscalmente tributan a tipos del ahorro (más beneficiosos que los del trabajo) y porque hay ocasiones que se pueden diferir los pagos ilimitadamente.
Habrá quien diga “yo siempre he perdido en bolsa”, es obvio el porqué: se ha confiado en vendedores o hasta en titulares de prensa. Claro que también hay quien dice que “si el asesor supiera de bolsa viviría en Bahamas”. Sin embargo, no hay que olvidar que lo que se procura es dar rentabilidad a los ahorros, no buscar el pelotazo; justamente la misma rentabilidad que la que obtiene la entidad donde se depositan ahorros a cambio de intereses ridículos.
Las consecuencias son devastadoras: el nivel de riqueza de nuestro país ha caído mucho más que los de otros que han vivido crisis similares. ¿El motivo? Ellos han podido tirar de los beneficios que le han producido sus ahorros.
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