Curiosamente Harford inicia su artículo con una escena digna de la película “Salvar al soldado Ryan”, cuando una secretaria y luego un oficial van escalando superiores hasta alcanzar al jefe del Estado Mayor para advertirle de un posible desastre: la muerte de todos los hijos de una familia numerosa. En el caso descrito por Harford, fue el presidente de la Asociación de Comerciantes Minoristas, que alarmado por la posibilidad de que la fecha del día de Acción de Gracias cayera demasiado tarde (30 noviembre) y pudiera frenar la incipiente recuperación económica, se puso en contacto con el secretario de Comercio americano que transmitió a su vez sus preocupaciones al presidente Roosevelt. Había miedo de que una fecha tan tardía resintiera la compra de dulces navideños, afectando la cifra de negocios del comercio minorista por lo que se adoptó una solución drástica: cambiar la fecha del día de Acción de Gracias. Se adelantó al cuarto jueves del mes de noviembre, de tal forma que el día posterior que da inicio a las compras navideñas, y que conocemos como Black Friday, cayera en fechas más tempranas. Lógicamente sacrificar las fiestas a los designios económicos generó muchas polémicas y durante años algunos estados se opusieron al cambio y otros mantuvieron los dos festivos, pero al final triunfó la economía.
Si la economía debe prevalecer en la gestión de los festivos cabría preguntarse sobre la racionalidad de la existencia de las Navidades. Si soslayamos su significado religioso, seguro que conocemos muchas personas que afirman que el día más feliz de sus Navidades es el 2 de enero. Desde el punto de vista de la racionalidad keynesiana, las Navidades serían positivas por su impulso sobre la demanda, pero si preguntamos a un neoclásico nos defendería la conveniencia de eliminarlas. No es que los neoclásicos defensores de los mercados tengan fobia a Papá Noel o a los Reyes Magos pero seguramente verían las Navidades como una distorsión en el mercado que altera la correcta distribución del gasto a lo largo del año concentrándola en un periodo excesivamente limitado, generando precios excesivamente altos y estacionalidad en la ocupación.
Más aún, los defensores de los estímulos públicos en la economía seguramente preferirían no una, sino dos o más navidades (o algún Plan E), para estimular la demanda, mientras que un neoclásico o un economista más liberal defendería un comportamiento austero (Navidades exclusivamente religiosas), resaltando que los estímulos artificiales y las burbujas generan posteriormente las terribles cuestas de enero o los ajustes económicos y las terribles e indeseables tijeras.
Para un keynesiano el “navidicidio” provocaría un terrible desajuste al caer el gasto y una recesión a corto plazo. Para un liberal a largo plazo se produciría un ajuste que llevaría a un mayor crecimiento al distribuirse el gasto de forma más racional a lo largo del año. Por tanto, y para concluir, recuerde que para un keynesiano un Papá Noel puede ser una solución para resolver un momento de desajuste en la demanda cuando la caída de precios no garantiza el ajuste y para un liberal es un dispendio con poco sentido, aunque a muchos nos alegren estos días y nos permitan reunirnos en familia.
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