El problema central de cualquier sociedad es el del tipo de filosofía política que predomina en la batalla de las ideas. Pues si el ejercicio práctico de la política es el arte de lo posible combinado con el arte de la apariencia, el cometido de las ideas es hacer políticamente posible lo que es considerado imposible.
La importancia de Adam Smith radica en su contribución a la sustitución del primer sistema económico con que se dotaron los estados-nación, conocido con el nombre del sistema mercantilista o nacionalismo económico, plagado de reglamentos, monopolios, concesiones, prohibiciones, aranceles, gremios corporativos y otros privilegios (etimológicamente ley privada), por el nuevo capitalismo con sus principios esenciales de igualdad de oportunidades, libertad individual, de trabajo, de empresa con asunciónde riesgos, gobierno limitado que no determina el rumbo de la economía, y su teoría de la mano invisibleo armonía de intereses que genera poderosos incentivos al esfuerzo y la innovación. Simultáneamente, la fundación de los EEUU se cimentó sobre los mismos principios defendidos por el escocés, propiciando así la irrupción de un cambio tecnológico y social que conocemos como Revolución Industrial, con su consiguiente crecimiento económico basado en nuevos bienes que hicieron más cómoda la vida de quienes los disfrutaron, y que demostró que cualquier incremento marginal de libertad conlleva prosperidad. Ciertamente, la máquina de vapor solo se pudo desarrollar con el nuevo genuino capitalismo, ya que, anteriormente, al ser un elemento amenazador del statu quo, únicamente encontraba fuertes resistencias. Pero el nuevo sistema fue ganando terreno, palmo a palmo, limando progresivamente usos y costumbres anclados en la época de los privilegios. Luego, las siguientes oleadas de prodigios encontraron mucha menor resistencia y el proceso continuó. Aunque evidentemente, los enormes beneficios generados por el sistema no estuvieron al alcance de todos de forma inmediata, con lo que aparecieron diferencias entre los que sí participaban del mismo y los que no lo hacían.
El socialismo real discutió la armonía de intereses de la mano invisible, sustituyéndola por antagonismos de todo tipo y, en especial, por los de clase. Mientras que el fascismo intentó un corporativismo de corte nacionalista. Ambos apelaron a un fuerte intervencionismo estatal con restricciones a la libertad de consecuencias muy dolorosas. Pero ni uno ni otro sistema desbancaron al capitalismo que, incluso con la contribución de socialistas como Deng Xiaoping, pudo extender más y más prodigios a más y más gente, permitiendo aliviar a millones de personas de la pobreza secular. Sin embargo, aquí, entre nosotros, el genuino capitalismo se ha confundido en demasiadas ocasiones con el nacionalismo económico. ¿O será quizás que no lo hemos implementado del todo?
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