El poeta, novelista y ensayista Vicente Valero (Ibiza, 1963) es una de las figuras más respetadas de las letras ibicencas. Tras haber perdido este miércoles al poeta Manel Marí, este hombre de voz pausada y tranquila y mente lúcida, capaz de escribir con igual soltura un verso, ensayos o novelas que dejan un magnífico sabor de boca en el lector, se antoja como imprescindible en estos días confusos que nos ha tocado vivir.
Realmente Valero nunca dejó de estar de actualidad gracias a su trabajo brillante y constante pero recientemente ha regresado a primera fila tras presentar el día 24 de enero en la librería Alberti de Madrid la reedición de su libro Experiencia y Pobreza. Walter Benjamin en Ibiza por Periférica. Un trabajo que, por cierto, fue publicado en 2001 por Península y estaba agotado hace años en España. Un éxito más para este escritor ibicenco que logró el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe en 2007, que hasta el momento ha publicado seis poemarios, incluyendo en 2015 el volumen compilación de su obra Canción del distraído, y obras como Viajeros contemporáneos, Diario de un acercamiento y las novelas Los extraños, El arte de la fuga y Las transiciones.
—¿De dónde le viene esa obsesión por Walter Benjamin?
—No se trata en absoluto de una obsesión. Yo era un lector de Benjamin ya en mis años universitarios. Después decidí abordar una investigación sobre sus estancias y sus escritos en Ibiza. Mi libro, que enseguida fue traducido al francés y al alemán, vino a llenar un vacío en sus estudios biográficos, y de hecho, desde que lo publiqué, las nuevas biografías de Benjamin han incluido mis investigaciones. Cuando ocurre algo así, después vienen siempre más cosas, te piden artículos, conferencias, documentales, entrevistas, etc. También reuní en un libro todas sus cartas escritas en Ibiza. En fin, no es una obsesión, sino un estudio que ha tenido múltiples ramificaciones y demandas.
—¿Hasta qué punto ha llegado a sentirse identificado con su figura?
—Hasta ninguno. Sus intereses intelectuales eran muy distintos. Lo admiro, pero no se trata de una identificación en ningún caso.
—Le ha declarado su admiración por la integridad moral de sus escritos. ¿Benjamin está más de actualidad que nunca?
—La figura de Walter Benjamin no deja de crecer, no sólo en España, donde hoy tiene más lectores que cuando publiqué mi libro en 2001, sino en todo el mundo. Es un pensador que aborda de manera sintética y lúcida muchos temas y que no pasa de moda. Y sí, la integridad moral de sus escritos es indiscutible, nunca especula socialmente con la verdad.
—Benjamin se encontró una Ibiza que en nada tiene que ver con la actual. Es cierto que los tiempos cambian y el empuje de la modernidad es imparable, pero ¿usted cómo ve la Ibiza de nuestros días?
—No sé por qué últimamente me hacen mucho esta pregunta, pues lo que yo pueda pensar sobre la Ibiza de nuestros días es irrelevante. Hay cosas de Ibiza que me gustan y otras que no, supongo que esto le pasa a cualquier ibicenco. Yo no estoy en contra del turismo, sería absurdo, pero el turismo es depredador, como todo el mundo sabe, y tengo la sensación de que en los últimos siete u ocho veranos esta depredación ha avanzado más de lo que la isla y sus habitantes pueden soportar. Lo que yo no sé tampoco es si esta depredación puede ser frenada o está fuera de control como un monstruo que nos va a devorar a todos.
—Fue una isla plagada de escritores y pensadores como Albert Camus, Rafael Alberti, su mujer María Teresa León, Elliot Paul, Josep Palau i Fabre... ¿nos faltan referentes de este tipo actualmente?
—Se trata de visitantes que se enamoraron de Ibiza y escribieron páginas muy interesantes sobre ella. La lista es muy larga, ciertamente, y da cuenta de cómo la isla fue durante décadas un lugar propicio para la escritura o la pintura, para el placer creativo, para la ensoñación, para la admiración y disfrute de su paisaje… En mi libro Viajeros contemporáneos traté de abordar cómo vieron Ibiza, cómo construyeron una idea, digamos romántica, de Ibiza. Pero esa «idea» apenas puede convivir hoy con la masificación turística y la especulación brutal.
—¿Cuándo decide hacerse escritor? ¿Escritor se nace o se hace?
—Prefiero pensar que el escritor se hace, pues lo otro sería una asunto muy misterioso y ya bastantes misterios tenemos en la vida. Pero sí reconozco hoy, con los años, que mi padre ejerció una influencia decisiva. Creo que, aunque no me lo dijera nunca abiertamente, mi padre tenía muchas ganas de que yo fuera escritor y puso mucho de su parte. El también lo era. En mi adolescencia, yo ya sabía que iba a serlo, aunque no hubiera escrito nada todavía y tampoco leído mucho.
—¿Cuáles fueron sus mayores influencias? ¿Recuerda cuales fueron sus primeras novelas? ¿Hay alguien al que admire o alguien al que le hubiera gustado parecerse cuando empezó?
—Todas estas cosas se difuminan en el recuerdo con el tiempo. Al principio, a un joven que quiere ser escritor le influyen muchas cosas distintas, muchos libros, escritores… Cuesta mucho salir de la confusión y necesita de una soledad que ni tiene ni pretende. Pero de aquel magma literario hay nombres que permanecen en mí, que todavía son parte de mí: Seferis, Juan Ramón Jiménez, Tolstoi, San Juan de la Cruz, Canetti, Char, Proust, Walser… Me dejo a muchos, claro.
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—Usted también es poeta y ensayista. ¿Es difícil cambiar tanto de registro? Hay autores que no pueden o saben...
—Mi principal interés siempre ha sido la poesía, pero ahora me encuentro con que he escrito tantos libros en prosa como en verso, algo que yo no hubiera imaginado hace veinte años… Creo que lo que he hecho ha sido llevar a la prosa mi mundo poético, sin duda para desarrollarlo más, para ampliarlo. Considero que en mi obra hay unos pocos temas que han sido tratados en distintos géneros y, por tanto, desde perspectivas literarias diferentes. Empecé muy joven con la poesía, en cambio mi vocación narrativa ha sido tardía. Para escribir prosa tengo que olvidarme durante mucho tiempo de la poesía y al revés. Simultáneamente es imposible.
—En una entrevista anterior aseguró que la insularidad es un hilo conductor fundamental en sus obras. ¿Tanto le ha influido? Hay quien dice que Ibiza o te atrapa o te echa, no hay término medio.
—Esto que dice usted no nos ocurre a los ibicencos, me parece, nuestros vínculos son más fuertes, ni nos sentimos atrapados ni expulsados. Es una relación compleja también, pero diferente de la de los que han venido a vivir aquí. Y ciertamente la insularidad es uno de los temas de mis libros, la insularidad entendida como experiencia desde muchos ámbitos: desde el metafísico y simbólico hasta el social e histórico.
—Siempre se ha mantenido al margen de las distintas corrientes que se originan en la Península e, incluso lo que se hace allí. No es muy dado a conceder entrevistas o hacer marketing. ¿Cuánto de calidad y cuánto de marketing hay actualmente en el mundo de la novela o la poesía?
—No siempre ha sido así. Al principio, siempre te asocian a tal o cual corriente literaria, y cuando uno es joven, eso va bien, te ayuda. Pero con la madurez es lógico que un escritor lleve a cabo su trayectoria por cuenta propia, se diferencie de los demás. Muchos me consideran un «outsider», no me importa, más bien me halaga, y llama mucho la atención que viva en Ibiza, sobre todo en el extranjero, donde he podido constatar la tendencia a creer que en esta isla no vive nadie, que se abre en verano y se cierra en otoño, como una especie de parque temático. Es como si dijeras que has nacido en una estación de esquí o en Disneylandia, es decir, por accidente. En cuanto al tema del marketing, no sé qué decirle. A mí me da mucha pereza todo eso, lo dejo en manos de mi editorial.
—En su novela Los extraños (2014) siguió el rastro de cuatro de sus antepasados, cuatro personajes de los que oyó hablar de su niñez. ¿Cómo ha sido volver a su infancia?
—Para mí siempre es un placer recordar mi infancia. No sólo porque en ella aparecen seres muy queridos que ya no están, sino porque realmente creo que tuve una infancia feliz y porque recuerdo Ibiza como si fuera el mejor lugar del mundo. Así que recrear literariamente mi infancia, como hago no sólo en Los extraños, sino sobre todo en mi última novela, Las transiciones, publicada en 2016, es un ejercicio de memoria que no me cuesta trabajo.
—Uno de sus personajes, el comandante de la II República da una lección de vida y de supervivencia a todo aquel que lee la novela. ¿Podríamos aprender mucho de él?
—Hay en él un ideal de servicio desinteresado que realmente yo no veo ya por ninguna parte, una fe en sus ideales, un compromiso público sin miedo a no ser correspondido, sin miedo al fracaso.
—¿Los extraños es un alegato contra el olvido?
—De este modo ha sido leído por muchos y creo que está bien leído.
—En su libro de relatos, El arte de la fuga (2015), dice que se encomendó a sus tres «santos» favoritos ¿Quiénes son?
—Bueno, sí, a los protagonistas de cada uno de los relatos: San Juan de la Cruz, Hölderlin y Pessoa, que son tres de mis poetas predilectos. Sobre ellos escribo en el libro y a ellos me encomendé para hacerlo lo mejor posible… Era un libro difícil y había mucho atrevimiento por mi parte tanto en los temas tratados como en el tipo de prosa. Hoy es mi libro favorito.
—¿Cómo es su proceso de trabajo? ¿Es de aquellos que creen en las musas o en el trabajo diario?
—Escribir es difícil y agotador, pero también una experiencia intensa del mundo y de la vida. Yo creo en las musas y en el trabajo diario. Quizás más en lo primero.
—¿Qué libro nos recomendaría para los tiempos que corren?
—Citaré tres novelas que, independientemente de los tiempos que corren, todo el mundo debería leer: La cartuja de Parma, de Stendhal; Bomarzo, de Mújica Lainez; y Verano tardío, de Adalbert Stifter. Y poemas, muchos poemas: de Rilke, Garcilaso, Baudelaire, Keats, Eliot, Helder, Brodsky, Hikmet, Valente… Etcétera.
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