La música es arte, es un lenguaje universal que hace al ser humano más armonioso y a la memoria despertar. Todos tenemos una banda sonora propia, esa canción que nos recuerda un primer beso o que nos aterra como si alguien nos persiguiera en lo más profundo y oscuro de nuestros pensamientos. Con ella recordamos días gloriosos, días de lluvia o el despertar de un día de la marmota cualquiera. Reproducirla es fácil, basta un USB o cualquier otro dispositivo tecnológico y una conexión decente a la Red de redes para, mediante unos cascos, viajar por todo en universo desde los más ancestrales tambores al techno bien hecho, que también lo hay.

Otro cantar es aprender a aprenderla y a crearla y recrearla, para eso o te llamas Mozart o tal vez necesites alguna que otra clase e, incluso, muchos años y niveles de aprendizaje. Por suerte, en Formentera hay un espacio que cuenta con diversas aulas, un sinfín de instrumentos y 13 profesoras y profesores (tres de danza y 10 de música), para que niños y no tan niños puedan iniciarse o perfeccionar el arte de hacer sonar una flauta travesera, un piano, una guitarra o saber moverse al ritmo acompasado de una música en el aula de danza.

Llegamos a la Escola de Música y nos recibe Marc Riera, nuevo director del centro y con años de experiencia como aprendiz, intérprete y docente. «Todo el mundo, cuando se pone a estudiar música, se supone que quiere acabar dedicándose a tocar, aunque muchas veces, ya sea por vocación o porque se cruza la posibilidad en el camino, acabas enseñando música como una salida profesional y le acabas pillando el gustillo», comenta Marc. «Aunque te dediques profesionalmente a tocar en una orquesta o en una banda siempre hay alumnos que se interesan en hacer clases contigo y acabas entrando en el mundo docente».

Recorremos algún que otro pasillo con Marc hasta llegar a una pequeña aula, tocamos a la puerta y abrimos con respeto, pues la música, aunque enlatada, suena. Es el espacio de danza, donde Julia y sus alumnas se están ejercitando. Seguimos el compás de los acordes y los movimientos suaves y acompasados de unas alumnas que ya llevan diversos cursos a sus espaldas. Es el caso de Pepa, que a sus tiernos 12 años, acaba de iniciar ya el cuarto curso. «Me gustaba ya la danza desde muy pequeña; creo que es una buena manera de expresar nuestros sentimientos», explica Pepa, quien confiesa que su sueño es «llegar a ser bailarina de ballet y poder bailar en un gran escenario de París».

Dejamos la danza y repetimos paseo y entrada al aula de guitarra, donde encontramos a Joan como alumno, que nos confiesa que eligió las seis cuerdas después de «dudar entre piano y guitarra». Es su segundo curso y en su ayuda está Elena, una profesora recién llegada a esta escuela de Formentera, aunque formenterera de toda la vida: «He estado en Barcelona estudiando y viviendo y ahora he vuelto a casa», comenta. En su caso, el hecho de haber estudiado música y de que le guste ha influido bastante en su afán por enseñarla «sobre todo a los más jóvenes», aunque no solo desea enseñarla sino usarla como medio de ayuda. «La música se está usando para ayudar a gente con problemas o discapacidades. Me gustaría profundizar un poco en el tema y aplicar la musicoterapia para echar una mano a quien la necesite», señala. En el caso de Úrsula, otra maestra recién llegada con acento mallorquín y destreza en la flauta travesera, el hecho de enseñar música le viene de su creencia de que ésta «es una parte esencial para el ser humano, igual que el reto de artes. Hace mucha falta y no se le da la importancia que creo que necesita, sobre todo para los niños. Es una forma de desarrollar una parte del cerebro de ellos mismos que, posiblemente, no conocen y es otra forma de comunicación que, al fin y al cabo, es interesante que ellos mismos exploren y que nosotros estemos para ayudarlos y encaminarlos». Toda una declaración de intenciones que escuchan de cerca sus dos alumnos, Jaume y Luís. El primero cursa segundo de flauta: «La elegí de entre otros instrumentos de viento porque me gustaba más de soplar y le fui cogiendo el truco». A Luís, la cosa ya le viene de lejos:«Empecé hace años en mi país, Colombia, cursando música en el conservatorio con guitarra y ahora me ha venido el gusanillo de la flauta. El año pasado cursé primero y aquí estoy, en segundo, a ver si aprendo». Como buen latino, Luís confiesa que lleva la música en la sangre y disfruta aprendiendo y tocando.

Igual que todos los caminos llevan a Roma, la música nos lleva a un punto de nosotros mismos que nos permite desconectar del a veces tedioso mundo para, con solo cerrar los ojos, vivir en otra realidad. Por eso, nos es imposible su ausencia. Hay que saber escuchar, aprender, interpretar…