También para la gente de la cultura, aunque en principio parezcamos al margen, la semana que termina ha resultado sumamente interesante para cavilar sobre la sociedad en la que vivimos. Me refiero a los quebrantos de tantos tipos que ha ocasionado la huelga de transportes, o, más bien, de un sector del mismo: autónomos asfixiados en su economía que pretenden que sus deudas por la subida del petróleo las paguemos entre todos. ¿Aquello de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo?
Una situación compleja y reveladora de lo que puede acaecernos a todos, en mayor o menor medida, debido al consumismo desenfrenado al que nos ha mal acostumbrado el mercado; ese becerro de oro con los pies de barro. Y es que la tarta global ya no da más de sí. Así que o la repartimos mejor o se acaba la fiesta para todos. Si al mercado no se le pone el bozal del control político se carga la democracia.
Entonces (ahí el engarce), una de las ramas productivas que más peligra es la de la cultura. Porque, con las vacas gordas, los políticos y el mercado suelen ser generosos con ella, pues la toman como un adorno, algo más bien superfluo pero que queda bien como complemento de lo que realmente importa. Pero si hay que apretarse los machos (cosa que, me temo, irá cada vez a más), la cultura suele ser de las primeras víctimas a la hora de recortar gastos. Sobre todo la cultura más viva, crítica y creativa; porque la otra, la que adormece el espíritu con lavativas anestésicas (la cultura 'rosa' y de pasiones bajas), esa seguirá en alza; pues de siempre el poder ha sabido que a la masa sólo se la calma con pan y circo. Todo un tema para cavilar, sí.
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