José Miguel Pardo, ante uno de los cuadros de la exposición. Foto: GERMÁN G. LAMA.

El nexo de unión de las 15 obras que José Miguel Pardo presenta hasta el día 12 en Ebusus es la alegría de vivir: «He querido que sean cuadros alegres, en el sentido de que hay que pasarlo bien en la vida, sin aburrirse ni aburrir; y como expongo muy poco y tengo mucha obra, voy cambiando algunos cuadros». Cuadros de varias etapas, entre los que sorprende uno grande, que es como un esbozo: «Es de una línea en la que llevo trabajando unos cuatro años paralelamente a la otra, la clásica, digamos. Una línea un poco onírica, más vaga, indecisa, con menos preocupación por reflejar la realidad, algo siempre limitado, porque al final reflejas lo que sientes. Ahora pinto la expresión de la impresión que recibo, pero sin completar ni enriquecer la información», señaló.

La trayectoria profesional de José Miguel Pardo es atípica, ya que empezó con el informalismo y años después pasó a estudiar Bellas Artes en la Academia de San Fernando de Madrid: «Estuve tres años con el informalismo, exponiendo en galerías como la de Juana Mordó, pero luego pensé que era demasiado fácil, no veía desarrollo (un error por mi parte, por supuesto) y empecé a estudiar la carrera para coger técnica».

De todas formas su dedicación a la pintura le vino de manera fortuita. Tras estudiar derecho y estar decidido a hacer la carrera diplomática, el azar le hizo conocer a un joven pintor francés, probar con los pinceles y darse cuenta de que su verdadera vocación iba más por el camino del arte. «Fue la caída del caballo; así que lo dejé todo y empecé a pintar. Mi familia tenía cosas de artes gráficas, le vieron una cierta relación y me metí en este mundo». Un camino fértil, reconocido por la crítica y por amigos de prestigio, como el pintor manchego Antonio López.

La relación de José Miguel Pardo con Eivissa y Formentera viene de principio de los 60, cuando pasó un tiempo de vacaciones.