Con sólo 65 años de edad, narra que ha perdido toda su independencia, ya que desde que comenzó a sufrir los vértigos -hace algo más de un año- no puede hacer nada sola. «Hasta para ducharme necesito que haya alguien en casa», lamenta. Francisca también ha tenido que dejar de trabajar; era empleada de limpieza, pero le han dado la baja porque este trabajo es incompatible con el desarrollo de su actividad. «Era horrible trabajar mareada», confiesa. Además, tampoco puede conducir.
Todo ello está causando importantes secuelas en su estado de ánimo. «Es muy difícil vivir así porque nunca sabes cuando te puede dar un mareo fuerte. Siempre tengo el miedo a que en cualquier momento me puedo caer». En este sentido, precisa que «muchas veces he estado sentada comiendo y, de repente, me he puesto blanca y he tenido que hacer gestos con las manos a los que estaban conmigo para que me ayudasen porque sabía que me iba a caer». En este punto, recuerda que en su casa se ha caído en varias ocasiones; a la calle ya no sale sola para evitarlo. «Si voy a la farmacia para estirar las piernas tengo que ir acompañada por mi marido porque sé que en cualquier momento me puedo marear y caerme». Esta situación «la llevo como puedo. A veces deseo morirme porque para vivir así...». Francisca reconoce que tiene un poco de depresión, aunque por el momento no va al psicólogo. Sí se siente muy arropada, tanto por su familia como por todos los médicos que la atienden.
En el último año le han hecho numerosas pruebas médicas, pero hasta la fecha no han podido precisar qué tipo de vértigo padece. Sí la han operado de las cervicales, por si es una de las causas, y va al fisio. También le han realizado una intervención en el oído; acude al logopeda para que la enseñe a escuchar con el aparato que le han puesto. Además, se toma una pastilla cada ocho horas y otra más fuerte para cuando le dan los mareos con más fuerza. Sus médicos son optimistas y esperan poder encontrar una solución que mejore su calidad de vida. Francisca, por momentos, pierde la esperanza. «Es muy difícil vivir así, es desesperante», asegura.
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