Acabo de conocer a una mujer muy interesante. Una mujer que, escuchándola, te llega al alma por lo que cuenta. Una mujer que no lo ha tenido fácil, pero que ha sabido plantar cara a las circunstancias adversas que le ha tocado vivir, como perder a dos hijos, por ejemplo, además de perder el amor de dos personas y recuperarlo en una tercera…. Se llama Magdalena Bonnín. Es taxista desde hace seis años, taxi que ahora ha aparcado por ser fija discontinua, pero que recuperará una vez que comience la temporada alta aunque, a decir verdad, «soy fija discontinua porque quiero, ya que el dueño quisiera que trabajara durante todo el año». Antes fue trabajadora familiar, del SAD, tras haber estudiado Periodismo y Filosofía.
Además, es autora de dos libros que tienen que ver con su vida. Uno, el primero, Gràcies per haver viscut, publicado en 2003 –y traducido al castellano dos años después–, gira en torno al duelo que te tocó vivir a raíz de la muerte inesperada de sus hijos, acaecida en 2001. El otro, recientemente terminado, se titula Vivir empieza ahora, al que Patricia Chinchilla y Carlos Ordinas le presentarán el próximo 18 de los corrientes, en la Casa del Libro. Hablamos con ella en la terraza de un bar precisamente el día en que iba a devolver el taxi, por lo que al día siguiente se convertiría en una más del paro, que dejó a no mucha distancia de donde estábamos.
Les escribía cartas
Durante la conversación que mantuvimos, nos recordó que la muerte de sus hijos, Àngel, de 9 años de edad, y Marc, de 13, acaecida el 14 de enero de hace 19 años, fue a causa de un accidente. «Iban con su padre, del que me había separado hacía dos años. E iban por un acantilado, cuando, de pronto, les sorprendió una ola que se llevó a los tres. El padre hizo todo lo posible por rescatarlos, pero no lo consiguió. Los niños aparecieron muertos. El agotamiento por el esfuerzo por sobrevivir a las olas que los arrastraban, había podido con ellos, y… Uno no se puede imaginar lo que significa perder a dos hijos el mismo día, dos hijos llenos de vida… ¿Qué hice yo…? Intentar sobreponerme… Así que desde el día siguiente de su muerte, hablé con ellos a través de cartas que les escribía. La correspondencia, día a día, duró un año. Aun sabiendo que estaban muertos, les contaba lo que pensaba, lo que sentía… Y es que nosotros, los vivos, no podemos dominar la vida, ya que a esta le da igual la edad que tengas para quitártela. Eso lo tuve muy claro desde el primer momento, sin embargo, yo les seguía escribiendo, pensando que era una forma que me ayudaba a llevar el duelo…».
Recuerda que un día, hablando con un amigo, Tomeu Mestre, «le enseñé las cartas que escribía a mis hijos y él me animó a que las publicara… Haciéndolo, me dijo, ayudaría a otras personas que estuvieran viviendo algo como lo que yo vivía… Y de hecho, este libro, en Argentina y en México, fue recomendado como terapia del duelo, ya que en sus páginas, el lector siempre encontraba algo que le había pasado a él, y a la vez veía cómo yo lo estaba llevando…».
Los recuerda, pero ya sin llorar
Además de las cartas que escribía diariamente a sus hijos, Magdalena colocó en la entrada de su casa un grupo de fotografías de estos, que además enmarcó. «Y les hablo como si los tuviera delante. Se que ya no están, pero sigo hablando con ambos y preguntándoles cosas, ya sea cuando me voy de casa, a trabajar, ya sea regresando a ella…». De este modo, Magdalena ha ido pasando el duelo. Sabe que Marc y Àngel ya no están, pero ella les sigue hablando como si estuvieran. «Y cada día más me acuerdo de ellos, pero ya sin llorar, sino con alegría…».
A poco conoció a otra persona con la que vivió 17 años, hasta que se separaron, «y por último me enamoré de otra, de Pau… Posiblemente me enamoré de él porque sentí que el amor nacía en mí, aparte de que entendí que el duelo que sentía por mis hijos había terminado, por lo que empezaba a vivir de nuevo…». Magdalena, que es diestra, escribe con la mano izquierda, «que he aprendido a usar a base de práctica… Y es que la mano izquierda domina más la parte derecha del cerebro que es donde están los sentimientos, las emociones y la creatividad, que me han ayudado a entender las cosas y a escribir lo que siento. Y una vez que lo he escrito a mano, con la izquierda, lo paso al ordenador».
Magdalena nos recuerda varios episodios pasados desde que murieron sus hijos. «Te quedas tan destrozada, que tienes la sensación de que no estás ni viva ni muerta. Y que si no me suicido es porque no quiero romper el orden natural, pero vives sin interés en nada, ni en nadie. Pero a medida que va pasando el tiempo, vas notando que el desinterés por todo es cada vez menor. Te ríes más, ya no lloras, notas que tus sentimientos evolucionan a mejor… Por otro parte, trabajar en el taxi te ayuda a olvidar. No puedes estar pendiente de tus emociones, sino de la carretera, de lo contrario podrías tener un accidente… Encima conozco a alguien, del que me doy cuenta que me estoy enamorando, de que vuelvo a tener sentimientos ausentes en los últimos veinte años… Y a partir de ahí vuelvo a tener ganas de escribir, de contar lo que pasa, lo que vivo…».
Dejo que la vida me sorprenda
Y de ahí sale Vivir empieza ahora, donde sigue recordando a sus hijos, aun sabiendo que ya no los tiene con ella… Pero siente como si los tuviera. Tampoco especula sobre lo que pueda ocurrir mañana, sino que deja que todo fluya. «Mejor dejar que la vida me sorprenda». Es un libro, escrito en primera persona, que se lee fácil, en el que la autora, una mujer de sesenta años –según resume en la contraportada– «vive por primera vez un enamoramiento apasionado», además en el que se da cuenta de que «ha finalizado el duelo por sus hijos que murieron diecinueve años atrás», pese a lo cual siguen estando con ella, con los que habla a diario.
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