Lorenzo lleva años practicando el caravaning. Lo hizo al principio al volante de una camper –vehículo no concebido como caravana pero que se tunea para acabar dándole esa utilidad–, y con el tiempo y el dinero ha podido acceder a una autocaravana, con la que recorre Mallorca, la Península y buena parte de Europa en compañía de su mujer y sus tres hijos. Él forma parte de la extensa comunidad de personas que en Baleares reúne hoy a cerca de 3.000 familias. Son, dicen ellos, apasionados de la libertad, amantes de la naturaleza, y también «buenos clientes» de comercios, bares y restaurantes. Y ello a pesar de la «mala fama» que a su parecer les precede.
Sí es cierto que, al menos en España, se relacionó históricamente el caravaning con un bajo poder adquisitivo de quienes lo practican. Un mito que rompe Juan Ramón de la forma más sencilla: entrando en Google. Allí podemos encontrar vehículos de toda gama, pero casi siempre con un precio de venta situado por encima de los 30.000 y 40.000 euros. Sin embargo, quienes aman esta forma de pasar el fin de semana, esta manera de hacer turismo, se sienten perseguidos.
O, según el matiz que aporta Javier, «discriminados». Al menos en Mallorca, donde no existe ni una sola zona habilitada para poder acampar con sus vehículos, y donde los diversos municipios ponen «cada vez más pegas» para que las caravanas puedan tener su pequeño rincón de descanso.
Límite 2'1
Lorenzo, Juan Ramón y Javier forman parte de un numeroso grupo de chat de Whatsapp a través del cual se organizan salidas a diversos puntos de la Isla para disfrutar del privilegiado entorno de Mallorca a lomos de sus vehículos. Pero su entusiasmo choca con un cartel que cada vez les impide el acceso a más lugares. Con el ‘Altura Máxima 2'1 metros' se aseguran los ayuntamientos que las autocaravanas queden fuera de espacios turísticos hasta ahora considerados imprescindibles en sus excursiones, como Aucanada, Son Serra de Marina, el puerto de Alcúdia, o incluso fuera del circuito turístico, el barrio palmesano de Son Oliva.
Habituales en road trips por tantas zonas del continente, quienes practican el caravaning en Mallorca coinciden en señalar que pocos lugares presentan unas condiciones tan pobres como la mayor de Baleares. De hecho, Menorca e Ibiza suman al menos tres espacios para acampar, lo que permite a sus usuarios poder desplegar sus sillas y mesas alrededor del vehículo, algo terminantemente prohibido en nuestra Isla.
Cuenta Javi que muchas veces deben hacer noche en aparcamientos de supermercados ante la creciente limitación de estacionamiento en zonas en las que antes, como mínimo, podían pernoctar. Pero es que, además, solo existen dos puntos de descarga para las aguas grises, ubicados en Palma y en la comarca de Llevant. Un problema añadido que, según Lorenzo, les obliga a calcular a la perfección el uso que van a hacer de la caravana para no tener que interrumpir su excursión en dirección a uno de esos dos raquíticos espacios en los que vaciar las aguas.
La afición por esta manera de hacer turismo ha aumentado de manera exponencial durante los últimos años, más aún a raíz de la pandemia, por aquello de evitar zonas comunes en hoteles. Cuentan sus defensores que las ventajas son múltiples: no hay horarios para el desayuno, la comida o la cena, no hay colas ni aglomeraciones, y cada uno se organiza la jornada a su manera. «Libertad total», resume Héctor, practicante del caravaning junto a su familia desde hace casi una década.
Fuentes del sector señalan que solo este verano se espera la llegada desde Francia –cuna, junto al Reino Unido, de esta forma de desplazarse y descubrir lugares– de cerca de 300 vehículos que recorrerán las carreteras de Mallorca. Un turismo, subrayan ellos, «sostenible», con placas solares que casi siempre autoabastecen a las caravanas con energía eléctrica, y que realiza un consumo más que limitado de recursos como el agua.
Entienden ellos la «mala imagen» que pueden haber ofrecido las autocaravanas de lugares como Ciudad Jardín, donde se han llegado a reunir una veintena de vehículos junto al mar. Pero advierte Lorenzo que, si existiera una zona habilitada para ellos, muchos de sus usuarios –en gran parte temporeros que vienen solo a trabajar a Mallorca durante algunos meses y no se pueden permitir alquilar un inmueble– optarían por esa opción.
Manifestación
Todas esas quejas y reclamaciones las han hecho públicas esta semana los aficionados al caravaning a través de una manifestación mediante la que esperan ganar visibilidad entre la ciudadanía y respeto por parte de las administraciones. Una protesta a la que, no obstante, han llegado divididos, después de que las tres asociaciones que existen en las Islas se desmarcaran de su organización. En opinión de entidades como Caravaning Club Mallorca –la más numerosa de todas–, la «crispación» que existe actualmente requiere agotar «todas las vías de diálogo» con Govern, Consell y ayuntamientos. Subrayan además que existe un trabajo de sensibilización iniciado por las asociaciones de caravaning, y que la manifestación –que «debería ser el último recurso», dicen– viene a «tirar por tierra» toda esa labor.
Según estas tres entidades, existen actualmente conversaciones «positivas» abiertas con algunos municipios para lograr que se habiliten las áreas de descanso que el colectivo reclama, unas reuniones que se habrían hecho extensivas a diversos «negocios y gasolineras», en un «esfuerzo dialogante» que proseguirá tras el verano a través de la Federació d'Entitats Locals de les Illes Balears (FELIB). Sin ninguna asociación que les ate, fieles a ese espíritu de libertad del que presumen, algunos han optado por no esperar más y por exigir, desde ya mismo, un respeto hacia una actividad que, según resumen, permitiría incentivar el turismo de interior en las Islas, al tiempo que contribuiría «de manera decisiva» a lograr la tan ansiada desestacionalización.
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