La reforma de las pensiones me reafirma en dos pensamientos que me rondan continuamente. Por un lado, el timo generacional al que sometemos a nuestros jóvenes, para pagar unas pensiones a quienes no han pagado por ellas, al menos no en lo necesario para exigir como derecho inatacable la cuantía que cobran, durante el tiempo que la cobran.

Por otro, el camino emprendido hacia una sociedad comunista, pero cuidando mucho las formas: seguimos siendo liberales, democráticos y con una economía de mercado. A los pensionistas no sólo se les defiende a capa y espada contra la erosión del poder adquisitivo, que todos padecemos, sino que además nadie se atreve no ya a recortar la pensión, ni siquiera a congelar el aumento continuo de su cuantía. Sube la pensión promedio, y también el número de pensionistas.

En el otro lado estamos los trabajadores y empresarios en activo, a quienes se pide todos los esfuerzos: a pagar. Me pregunto, ¿qué razón hay para que no sean solidarios los pensionistas? Quizá no todos, pero seguro que muchos podrían contribuir también. Tal como dijo el exministro Carlos Solchaga, «no tienen razón, no han pagado ni la mitad de lo que perciben».

En esta reforma se penaliza más a quién más salario tiene. Es decir, aquellos trabajadores que por su propio mérito y esfuerzo (aquí nadie regala nada) tienen una remuneración superior, a pagar más todavía. Este hecho propicia una igualdad en la práctica. Por abajo, se sube el salario mínimo, recortando la diferencia con quien tiene años de experiencia y capacidad acreditada en su puesto de trabajo. Por arriba, te convierten en un ente solidario, hasta la extenuación. Por eso mantengo que es una sociedad encaminada a una igualdad de corte comunista, en la que al final da igual el esfuerzo del ciudadano, o queda muy rebajado. Vamos camino de ello.

Esto sucede en España, en el que a base de una deuda pública estratosférica (se nos tranquiliza diciendo que otros paises tienen más, lo cual no deja de ser cierto. También hay quien tiene menos), se financian todos los presupuestos públicos, que a su vez riegan a todos de derechos y protección social. No sé si esto tiene un final, pero si los bancos trataran a los gobiernos de la misma manera que tratan a un particular normal, esta situación no duraría mucho.

Por último, destacan también los dos días de vacaciones adicionales que se han previsto en los presupuestos generales del Estado, para toda la función pública. Creo que de momento la estatal, pero ya se irán igualando, para que no haya discriminación, claro. Esto sucede en un país, en el que la cantinela continua es que «faltan medios», «falta personal», «las bajas no se cubren»… De perdidos al río, ha debido pensar el responsable de la medida, total no se va a notar. No debería bromear, seguro que es un asunto de Estado de los más importantes, porque no ha protestado ningún partido del arco parlamentario. Tampoco los sindicatos de la función pública han dicho que esto va a perjudicar el servicio a los ciudadanos, argumento habitual de sus reivindicaciones. Es lo que hay. Mi conclusión es que trabajar está pasado de moda.

Menos mal que la temporada apunta bien y podremos pagarlo todo. La actividad turística tiene un pronóstico muy alentador, nos aleja de los años covid, de los cuales sólo quedan un mal recuerdo para todos y alguna deuda por pagar. Hagamos votos por que se cumplan los pronósticos, a ver si tenemos una buena temporada, en todos los sentidos, y así seguir alimentando el pozo sin fondo.l