Luxemburgo recordó el último enfrentamiento ante el Barcelona
para diseñar su sistema sobre el césped. En aquella ocasión (4-2),
revolucionó su equipo al borrar del clásico a Figo, retrasar la
posición de Raúl y ubicar dos delanteros, Ronaldo y Owen.
Su objetivo era buscar la espalda del centrocampista defensivo
barcelonista con Raúl y desequilibrar la estabilidad defensiva del
rival. Ayer, repetía su apuesta con Raúl buscando las cosquillas al
brasileño Edmilson y Ronaldo formando con Robinho arriba.
Pero el Real Madrid no demostró nada. Disparó en una sola
ocasión a la portería defendida por Víctor Valdés y no creó fútbol,
atragantado en una presión asfixiante de su eterno rival, que no
sabía leer ningún jugador vestido de blanco.
Rikjaard había ganado la partida a Luxemburgo. Sorprendía en su
equipo titular con la inclusión de Edmilson en el mediocentro, por
detrás del cerebro Xavi Hernández, pero sobre todo con la acertada
inclusión de Messi.
Era un mensaje claro hacia el fútbol, porque un jugador de la
grandeza del argentino no merece ver desde el banquillo este tipo
de partidos. Y a los despachos, con los líos que tanto están dando
que hablar.
Messi se «merendó» a Roberto Carlos como Ronaldinho a Salgado.
El campo era del Barcelona. Las ocasiones se sucedían, en el rostro
de Casillas se dibujaba la desesperación y el físico madridista no
era suficiente para hacer frente al reto de comenzar a presionar,
con varios jugadores recién recuperados de lesiones.
El Madrid se partió y saltaba en la segunda parte sin cambios en
busca de la reacción. Luxemburgo tardó en reaccionar, en ver como
en el banquillo tenía a Guti, que podía dar limpieza a la salida de
balón. Cuando adelantó líneas murió el equipo blanco a la contra
con dos obras de arte de Ronaldinho. La batalla táctica cayó con
total claridad de un lado. Rikjaard derrotó a Luxemburgo.
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