Los coreanos están imbuidos de la certeza de estar asistiendo al
mayor logro conseguido por la nación en toda su historia. Su
presidente, Kim Dae-jung, aseguró que el día de la victoria sobre
España fue «el más feliz» desde los tiempos de su legendaria
fundación, hace 5.000 años.
Además de una banda de rock alternativo nicaragüense, la marea
roja era, hasta ayer, «un fenómeno natural producido por la
concentración, bajo ciertas condiciones ambientales, de ciertos
organismos componentes del plancton que cambian la coloración del
agua gracias a los pigmentos con los que captan la luz solar». La
concentración de aficionados coreanos (diablos rojos) en las calles
y plazas del país (más de trece millones en cinco partidos) ha
creado una nueva acepción del término que nadie sabe si perdurará
en los diccionarios del fútbol o se extinguirá en el tiempo. La
marea roja auténtica constituye un grave problema de salud pública
(intoxicación, diarreas, amnesia, parálisis, muerte en casos
graves) para el que los científicos no han encontrado antídoto.
Sólo la rápida ventilación mecánica puede lavar las toxinas del
organismo contaminado. Las víctimas de la marea roja empiezan por
sentir una sensación de hormiguero, de adormecimiento, y
experimentan posteriormente una pérdida de la fuerza muscular,
dificultades respiratorias y para hablar. La muerte sobreviene por
parálisis respiratoria.
Los jugadores italianos y españoles debieron sentir algo
parecido en sus partidos contra el equipo de Guus Hiddink, a juzgar
por la premiosidad de su juego. El efecto del veneno se combinó con
la condescendencia arbitral hacia los anfitriones. Alemania se
sitúa en el punto de mira de la marea roja. Por el camino quedaron
los cadáveres de Polonia, Portugal, Italia y España, que no
supieron sobrevivir a la doble amenaza de la resistencia coreana y
la inquina arbitral.
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