El que gane comenzará a tocar el cielo con las manos ya que se
asegurará su participación en siete partidos de la competición, el
máximo posible, y, al menos, el cuarto puesto de un torneo de 32
equipos, si es que el destino no le tiene preparado algo mejor.
Nunca una selección africana llegó a una semifinal y el único
antecedente de los turcos en este tipo de torneos es su eliminación
en la primera fase del Mundial que jugaron hace 48 años en Suiza,
por lo cual están lejos de sufrir presiones ya que, lo que
obtuvieron hasta ahora supone un rédito mucho más que suficiente.
Bruno Metsu, seleccionador de Senegal, canceló esta semana una
sesión de entrenamiento debido a los síntomas de cansancio físico y
mental de sus jugadores por los cuatro partidos jugados, a los
desplazamientos entre Corea y Japón y a la ansiedad y el desgaste
que causa estar en la cresta de la ola mundial.
La posibilidad de alcanzar las semifinales es un objetivo
demasiado seductor como para correr riesgos, por lo que el técnico
francés prefirió que sus jugadores se relajaran en pro de la hazaña
que espera Africa y que antes de que comenzara el Mundial sólo
parecía reservada a Camerún o Nigeria.
Metsu se ha encargado puntillosamente de negar versiones según
las cuales algunos de sus jugadores han recurrido a un hechicero u
otros ritos mágicos para convocar a la fortuna, aunque admitió que
«quizás dos o tres» de ellos puedan ser susceptibles de utilizar
ese tipo de prácticas.
Una de las cosas que preocupa a los senegaleses es la firmeza y
solidez de la defensa turca, atributo que expuso con generosidad en
la primera fase y que fue el pilar de su hazaña en octavos, cuando
hizo añicos la ilusión de Japón, uno de los anfitriones del
Mundial.
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