La alerta saltó poco antes de viajar a Asia, cuando la selección
belga se impuso (1-2) en Saint-Denis y ya no hubo forma de poner
remedio. Tan sólo rezar para que no le pasase nada al mejor jugador
del mundo, pero no tuvo esa suerte. En un partido que debía ser
intrascendente, un amistoso contra Corea del Sur, el pasado
domingo, Zidane sintió un pinchazo en un muslo derecho y saltaron
todas las alarmas.
La selección francesa trató de contener el gesto de desagrado,
Lemerre tiró de archivo para recordar que, hace un lustro, Yuri
Djorkaeff destacaba casi tanto como «Zizou» y se autoconvenció de
que aún conservaba magia. Pero en cinco años, Zidane ha crecido sin
freno mientras el «armenio» se ha encogido hasta tener que aceptar
un contrato menor en un modesto de la Liga inglesa, el Bolton,
harto de su enfrentamiento con Andreas Brehme en el Kaiserslautern
alemán.
Por eso, Francia no pudo desembarazarse en ningún momento del
fantasma de «Zizou». En los aledaños del estadio, porque la mayoría
de los aficionados se enfundaron la camiseta con su «10» y, dentro
de él, porque cuando el centrocampista del Real Madrid saltó con
sus compañeros para comprobar cómo estaba el terreno de juego, fue
el centro de todas las miradas. Djorkaeff no hizo olvidar a Zidane,
pese a que lo intentó todo, se movió por todo el frente del área y
disparó, con tan poca fortuna, que Lemerre le sustituyó a la hora
de juego. Entró en el campo Christophe Dugarry, pero ni los
aficionados, que silbaron el cambio, confiaron en que fuera el
remedio y acertaron porque el ex jugador del Barcelona tampoco
encontró la fórmula.
Francia podrá recurrir como excusa a la mala suerte, porque al
disparo al larguero de David Trezeguet, en el primer tiempo, se
unió el de Thierry Henry en la continuación, pero en cualquier caso
debió saber imponer la enorme distancia que le separa de un equipo
formado en su totalidad por jugadores de la Liga francesa, la misma
que han abandonado las «estrellas» del campeón. A falta del mejor
jugador del mundo, brilló el mejor de Africa, el Hadji el Diouf,
que se bastó para poner en jaque a la defensa francesa. El Diouf,
autor de ocho de los catorce tantos de su equipo en la fase de
clasificación, sacó los colores a los centrales Marcel Desailly y
Frank Leboeuf, demasiado lentos para contener al «asesino en
serie».
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