Alguno de esos viajes marcaría nuestras vidas para siempre, como
aquél en que yendo a un partido Grecia-Yugoslavia en Atenas nos
sorprendió en la escala de Roma un atentado fedayín a un avión de
la Pan Am, con el resultado de ochenta muertos. O aquél otro a
Belfast para un Irlanda del Norte-URSS cuando las luchas religiosas
estaban en su punto álgido. O aquél a Split para un
Yugoslavia-Austria en el que Miljan Miljanic nos tendió el cebo de
dos mujeres de postín. Pero ningún viaje como el que hice a su
pasado. Lazsi tenía pánico a viajar a Hungria. Siempre lo tuvo,
incluso cuando el fútbol le llevó una vez a Budapest con la
selección española. Entonces apenas salió del hotel, en la isla
Margarita, enmedio del rio Danubio, equidistante tanto del barrio
de Pest, donde vino al mundo el 10 de junio de 1927, como del de
Buda, donde vive su gran amigo Ferenc Puskas. El hotel era como
tierra de nadie.
«Si tú vienes conmigo, iremos a Budapest», me dijo un día de
noviembre de 1996 cuando le propuse el viaje a sus raíces. Yo
estaba haciendo una serie de reportajes en el Diario «AS» con el
título genérico de «Paisajes con figura». Eso es: el personaje en
su ambiente. Donde nació. Así fue como pude profundizar en la
apasionante vida de Ladislao Kubala, recorrer con él los paisajes
de su niñez. Empezando por la casa donde pasó los primeros años, de
una pobreza extrema. «Mi infancia fue muy solitaria y pobre. Fuí
hijo único y me pasaba muchas horas sólo porque mi padre, Pablo,
que murió de un infarto en 1945, jugaba profesionalmente como
extremo y al mismo tiempo trabajaba como albañil. Mi madre, Ana,
trabajaba en una fábrica de cartones», contaba con lágrimas en los
ojos mientras unas calles más arriba me mostraba el colegio donde
estudió. Poco, porque su salida sería el fútbol. «A los 15 años me
hicieron ficha de profesional en Primera con el Ganz, que era el
equipo de una fábrica de trenes. En 1945, con la muerte de mi padre
mi vida cambió», seguía contando.
1945 , en efecto, cambió su vida. Ladislao Kubala fichó por el
Ferencvaros, pero su madre, viuda, no se adaptaba a la soledad y se
fueron a vivir a su ciudad natal, Bratislava. Allí Kubala fichó por
el Slovan y comenzó a tejer su leyenda. Había sido internacional
húngaro, le hicieron internacional por Checoslovaquia, pero a la
hora de hacer la mili volvió a Hungria. «Escapé de Hungria vestido
de soldado soviético. Si me hubieran descubierto me habría fusilado
en la frontera mismo», decía. «De todos modos yo he sido un tipo de
suerte. Me salvé de morir fusilado en la frontera, pero también me
salvé de morir en el accidente aéreo de Superga, ya que el Torino
había querido que jugara con ellos el amistoso de Lisboa, pero el
presidente del Pro Patria, donde yo jugaba algunos amistosos, no me
dejó embarcar», rememoraba.
Con un equipo llamado Hungaria vino a España y fichó por el
Barcelona, a pesar de que el Real Madrid financiaba la gira y tenía
derecho de tanteo. José Samitier logró su firma y el Madrid se
quedó sin Kubala, devolviendo de este modo la jugada con Di
Stéfano, que iba para el Barcelona y acabó en el Madrid. Ladislao
Kubala debutó con el Barcelona contra el Sevilla, en Nervión, el 29
de abril de 1951, y jugó diez años a pleno rendimiento de
azulgrana.
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