NATALIA ARRIAGA (SYDNEY)
El césped del Estadio Olímpico de Sydney, el mayor utilizado nunca, fue ayer una réplica del desierto australiano sobre el que actuaron 12.600 personas y desfilaron 11.600 deportistas y oficiales ante 110.000 espectadores. La ceremonia inaugural fue un alarde de perfección técnica y de originalidad artística, con un intachable sonido en directo y espectaculares efectos especiales muy bien acogidos por el público, que, en cambio, se mostró frío durante el desfile de los atletas.

La entrada en el estadio de 120 caballos marcó a las siete de la tarde, una tarde nubosa y fresca, el comienzo de la fiesta. El presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, el gobernador general de Australia, sir William Patrick Deane, el presidente del Comité Organizador, Michael Knight, y la ex nadadora Dawn Fraser encabezaron el grupo de autoridades. Daene fue el encargado de declarar inaugurados los Juegos en nombre de la reina de Inglaterra, jefa de Estado de la Commonwealth, después de que Samaranch felicitase a Sydney por su «excelente organización» y de que Michael Knight asegurase que «en el corazón de los australianos hay sitio para apoyar a los atletas de todo el mundo».

El océano tuvo un protagonismo destacado en la simbología de la ceremonia. En un país en el que el 80 por ciento de los habitantes vive repartido por sus 36.735 kilómetros de costa, el estadio fue invadido en varias ocasiones por inmensos bancos de peces de colores y otras especies más temibles. El proceso de reconciliación emprendido en los últimos años por las dos comunidades australianas, los indígenas y los colonos, fue el hilo conductor de la ceremonia. Casi dos horas duró el desfile de atletas, abierto, como es tradicional, por Grecia, y cerrado por el numerosísimo equipo local. Fueron acogidas con más calor que el resto las delegaciones de Bosnia, Brasil, Fiyi, Nueva Zelanda, EE UU, Timor Oriental y, sobre todo, las dos Coreas, que por primera vez desfilaron bajo bandera única.