Quedo con Eduardo Casanova para ver obras a las 11 de la mañana de un viernes, como dos jubilados, una extravagancia ansiada por mí, pero no tanto por él. Con 33 años se confiesa felizmente adicto al trabajo y, por supuesto, más fuera de contexto que nunca.

Joven, inteligente, pero, sobre todo, precoz en casi todo. Comenzó su carrera interpretando al personaje de Fidel en la exitosa serie Aída, que hoy día vuelve, de la mano de Paco León, en formato película: "A mí me gusta mucho darle al público lo que quiere y el público lleva pidiéndolo muchísimo tiempo y eso hay que dárselo".

Ya en esos años sus inquietudes sobrepasaban la interpretación: "Desde que era pequeño, empecé invirtiendo el dinero que ganaba en Aída en dirigir cortometrajes y, en cuanto terminó la serie, me puse a dirigir películas. A ver, suena fácil, pero no ha sido un camino sencillo".

"Lo que sí he notado siempre es un respeto muy grande por parte del público de entender mi evolución. Yo creo que como me han visto desde pequeñito, con 12 años hasta ahora, me han entendido como lo hace una familia, a veces regañándome, a veces queriéndome, pero siempre entendiendo que formo parte del imaginario de las televisiones y de la cultura española. Y han entendido que mi evolución vaya de la actuación en una serie muy mainstream a la dirección de las películas más raras posibles", explica.

Tras sus largometrajes Pieles y La Piedad, vuelve con el documental Al margen, donde continúa mostrando ese interés por los personajes marginales que tanto le caracteriza: "A mí me gusta mirar donde normalmente no se mira porque es donde suceden problemáticas que son invisibilizadas".

Un trabajo casi periodístico en el que, durante 6 años, ha seguido los pasos de Moisés, un hombre que conoció por casualidad en el metro, con la cara completamente quemada, y cuya historia despertó su interés: "Yo creo que todos los directores y directoras cuentan historias para entender la vida, porque la vida es algo muy complejo de entender".

A mí me gusta mirar donde normalmente no se mira porque es donde suceden problemáticas que son invisibilizadas

Un rodaje duro por la crudeza de los acontecimientos que ha vivido el protagonista y los detalles que ha ido descubriendo mientras grababa: "He pretendido alejarme y dejar que el espectador o la espectadora saque sus propias conclusiones sobre qué debemos hacer respecto a las personas invisibilizadas y qué responsabilidad tenemos nosotros y nosotras sobre las personas que son invisibles".

A mi pregunta sobre qué personas considera que hoy están en los márgenes de nuestra sociedad, lo tiene claro, las que sufren problemas de salud mental: "Pero hay dos tipos, los privilegiados o privilegiadas, como es mi caso, que podemos pagarnos un psicólogo y un psiquiatra, y las personas que crecen, que nacen en entornos deprimidos, como el protagonista. Tiene una familia, tiene una hija, tiene una exmujer, hace cosas tremendas con las que yo personalmente no puedo estar de acuerdo ética o moralmente, pero no tiene conciencia de su problema tan grande de salud mental y no hay nadie en la sociedad que le diga: 'oye, te sucede esto".

Un documental, una vez más, envuelto con su particular sello estético, esa elegancia sórdida que define su universo. Una mirada con la que pretende sacudir conciencias, aunque cada vez, me asegura, se siente menos libre: "Hoy hay muchas voces que opinan, que distorsionan, entonces puedes ser malinterpretado. Yo me sentía mucho más libre antes que ahora. Ahora tengo una cosa que me da mucha rabia y que intento cambiar, la autocensura". "Yo me autocensuro porque me da pánico hablar, me callo mucho más de lo que me callaba antes. ¿Y sabes por qué lo hago? Porque me protejo y porque protejo mi salud mental" me cuenta.

Nos despedimos mirando la obra, saludando a los trabajadores, como dos jubilados que viven "al margen" de la acelerada vida, aunque solo sea por unos minutos.