Existen numerosos parques que ofrecen al visitante una opción alternativa para disfrutar del arte, marcando ruta en ausencia de limitaciones. Un museo al aire libre es sin duda una invitación que no admite excusa. No hay vigilante, no hay luz artificial, no hay taquilla. Vigilante sin embargo el observador que atraviesa un espacio que acoge propuestas preparadas para el paso del tiempo, fuera del acontecer diario y alejado de la rutina. Como una inmersión liberada y lejos del tráfico rodado.
En un mundo lleno de guías y recomendaciones lo que más se busca es la libertad para poder decidir si queremos o no, cuándo y cuánto. Salir de los tópicos de una sociedad que se proclama civilizada, cuando sin duda cada regla que apunta a presuntas infracciones, documenta cierta falta de civismo.
Pero probablemente es precisamente esta senda al límite de lo que se debería o no, la que anima a sentirnos más dueños de nuestras propias decisiones. Y no es la tentación de alcanzar la riña sin que nos afecte. Únicamente nosotros sabemos que no hubiéramos debido.
A veces quedan testigos, como quien nos observa cuando chocamos con un coche aparcado, y conscientes confeccionamos la nota liberadora que finalmente no contiene nuestro contacto sino una explicación sincera de que estamos aparentemente haciendo lo que la sociedad reclama, pero que en realidad no es así.
Son tal vez leyendas urbanas y poco comunes pero indudablemente en algún momento realizadas. Y aquí la felicidad y la alegría de vivir, nos devuelve una tolerancia que en alguna ocasión nosotros mismos ofrecimos a aquellos con quienes compartimos actualidad.
Y la expresión artística permite dramaturgia y comedia. Permite subrayar hechos más bien insignificantes, pero si son acariciados con un suspiro humorístico, logran alcanzar consciencia y personalidad.
Estos tubos, aparentemente demacrados por despistes de conducción vehicular, presentan huellas que jamás registrarían los indicadores de circulación urbana. Magulladuras que solo podrían provenir de los digitales apretones de un gigante. Y como el cuento existe, pero la vida suele ceñirse a una realidad, el acento pronunciado, fruto de una simple interpretación, sugiere pero no implanta
Sabemos que es imposible que una realidad urbana provoque semejantes deformaciones, pero constatamos, que independientemente del título de la obra, estos objetos guía y señalizadores comparten un único objetivo, que no es otro que advertir de la vulnerabilidad humana.
Y alcanzamos análisis procediendo a la desintegración del objeto, en forma y volumen, dependiendo siempre de la perspectiva, el punto de vista del observador. Pero en conjunto, se mire como se mire representa casi un baile, una danza cercana a la meditación, al reclamo de la consciencia y un planteamiento a la reflexión. Todo ello invita a olvidar la o las razones que provocaron estas nuevas formaciones. Invita a descubrir lo indestructible, aquello que, aunque hace la función de barrera, de impedimento, puede alcanzar un punto dentro de una maleabilidad característica de materiales débiles y flexibles.
Además en esta formación se contempla una situación irreal. Los elementos, posicionados en planteamiento de almacenaje percibieron el impacto frenándose unos a otros, limitándose entre ellos y procurando refugio, pero sin lograrlo. Es más parecido al resultado de un vendaval huracanado capaz de actuar desde cualquier ángulo, fuerte e intolerante.
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