Arco, Madrid 2018 | Montserrat Soto

Más de un docente habrá alertado a sus protegidos de que una de las posibilidades de emprender un camino próspero en la vida es aprender a ver. Y no sólo aquellos interesados en conocer el mundo de las artes plásticas. Se puede aplicar indudablemente a cualquier ámbito vital.

Hay etapas en las que descubrir es bastante más que una tarea adicional. Es la base de todos los caminos, de quien descubre mundo. Cuando apenas liberados del cobijo maternal, abrimos los ojos y grandes, no solo impresionados, también expresivos y valorando incrédulos lo que vemos, podemos, queremos, quisiéramos, etc. etc., y no sólo apreciamos con los ojos abiertos, sino que aún en el vientre, absorbemos todo lo que se nos ofrece. Y con todos los sentidos.

Y con más razón, cuando ya nos acaricia la luz, llega el momento consciente en el que poco a poco vamos agarrando las riendas de nuestra existencia. Procuramos unirnos a esta actividad malabar que gestiona los distintos elementos, adecuándolos o no, a acciones y reacciones. Todo al principio en un sentido imitado, tomando como referencia al más cercano. Curiosamente esta manera de actuar nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida. Parte se convierte en rutina y tal vez se estanca. Otro porcentaje ayudará a fortalecer nuestra habilidad visionaria, ayudándonos a crecer y evolucionar.

Cierto es que estas indicaciones son de alguna manera pilares, que sostienen con más o menos firmeza, tanto el caparazón protector como esta particularidad más tierna y sensible que es la que nos sirve de guía para apreciar los sentidos más vulnerables, pero necesarios del diario vital.

Tanto es así, que aunque apreciemos las distintas opciones guía, existe siempre un sinfín de posibilidades alternativas, que a su vez proponen, cómo no, nuevas oportunidades, siempre y cuando somos capaces de verlas, para proseguir dentro de una rutina de progreso.

Así es como vamos ganando el sentido común imprescindible para poder afrontar cualquiera de las oportunidades captadas. Parte de esta tarea es sin duda, manipular los elementos de la manera más útil para concluir con los objetivos escogidos, pero manipular sin descontextualizar conceptos e intenciones.

En fin, esto ya es una valoración más bien individual. Lejos de imponer una propuesta, se logran con estas indicaciones coordinar posibilidad y alternativa sin llegar a valorar -por mesura- calidad o no.

Cabe pues incluir en este malabar la habilidad humana para sorprender, incluso en una vía rutinaria, proclamando enfoques ciertamente posibles que diversificarán sin ninguna duda esa rutina más férrea. Aquí la rutina surge como una especie de columna vertebral directora, capaz de avanzar direccionando hacia las ofertas más diversas la intensidad humana fundamental, sin arrasar y aun así sorprender.

Concluyamos por ende que en esta propuesta hay principio y fin, a pesar de la ausencia del leitmotiv necesario para lograr el progreso deseado. Existe únicamente lo que nos llega y lo que no. Lo que vemos o quisiéramos no ver. Incluso lo que quisiéramos que no nos dejasen ver… ¿Seguimos?

Pues amb seny i mesura, logramos así escoger alternativas sin que perdamos el sentido del humor.