Hace muchos, muchos años, cuando era una recién licenciada que, sin saber cómo, se armó de valor para dirigir una pequeña emisora en Peñafiel, viví una huelga general que me marcó para siempre. Me encanta contar las historias emulando a la veterana de Las Chicas de Oro, así que les relato lo que acaeció ese día al más puro estilo Rose: «Corría el año 2002 y un 20 de junio se convocaba una huelga por los derechos de los trabajadores. Estaba llamada a ser una de las convocatoria de paro más amplias de nuestra historia, en unas fechas en las que se luchaba contra el “decretazo laboral”, amparada en unos sindicatos que lucían unas manos limpias que hoy, sin embargo, testifican en los juzgados. Esa mañana cogí un autobús a las 7,00 de la mañana para llegar a un precioso pueblo de Valladolid famoso por su castillo, vino, quesos y lechazo. Me cuidé mucho, como cada día, de defender que todos esos productos tenían más calidad en mi pueblo, a tan solo 50 kilómetros, no fuese a ser que las amables vecinas que cada día me traían fruta, tuppers e incluso cangrejos vivos dejasen de hacerlo. Con tan solo 22 años conducía dos informativos diarios y un programa de dos horas con mi inseparable Rebeca, quien hoy pone letra a los vinos Denominación de Origen de nuestra amada Ribera del Duero. Pero esa es otra historia.
Como les decía, llegué a Peñafiel, dejé mis cosas en la emisora y me fui a tomar mi tradicional café con leche y pincho de tortilla al legendario bar Cisne. Cuando hube repuesto fuerzas llegué hasta la puerta de la radio y me encontré con dos hombres que me cortaron el paso. Eran piquetes.
Comenzaron a insultarme y a decirme que si me incorporaba a mi puesto de trabajo me atuviese a las consecuencias, que era una facha y que parecía mentira que no defendiera a los trabajadores. Con una templanza que se me escurrió una vez hube franqueado la puerta le respondí que tenía tres razones para hacerlo: la primera, que la defensa de la libertad nunca podía coartar la de los otros; la segunda, que trabajando en La Ser me parecía curioso que me calificara de «facha», casi anecdótico; y la tercera, que había una cosa que se llamaba «servicios mínimos» que, en el caso de una emisora con dos personas, se traducía a que una debía dar la noticia del seguimiento de la huelga que ellos defendían.
Recuerdo su mirada de desaprobación. Apartaron un bate de béisbol con el que jugueteaban mientras hablaba y me dejaron pasar.
Desde ese día he sentido un profundo rechazo por esas figuras agresivas, coartadoras, oscuras y sectarias que obligan a quienes no comparten su lucha, o las formas de esta, a pensar como ellos. Con los años hemos visto como muchos sindicalistas recibían mordidas, falsas subvenciones, se aprovechaban de sus puestos e inmunidad y amenazaban a sus compañeros, mientras ellos sí cobraban, por cierto, esos días de huelga que tanto enarbolaban. Por supuesto que conozco a personas íntegras que se han dedicado a defender los derechos de sus compañeros en fábricas y empresas de toda índole, pero nunca desde la intransigencia y la violencia. En este, como en todos los casos, no quiero generalizar y alabo el papel de quienes recuerdan que la palabra justicia tiene siempre dos caras y dos versiones.
Por eso, lo siento mucho, pero no respeto ni comparto las huelgas de determinados sectores que actúan mediante el chantaje y la coacción para obtener sus proclamas. La huelgas de recogida de basura en verano, con temperaturas altísimas que ponen en riesgo la salud de las personas y la economía de ciudades turísticas, me parecen irresponsables y poco cívicas. Los paros encubiertos de controladores aéreos, pilotos y personal de aeropuertos que nos obligan a esperar, en el mejor de los casos, 3 o 4 horas para poder coger nuestros vuelos, que se traducen en pérdidas de vacaciones, niños llorando dentro de aviones, personas que no llegan a bodas, cumpleaños o entierros y la frustración de muchos pasajeros que somos víctimas de quienes defienden que el fin justifica los medios, me parecen un atropello que debe ser denunciado.
Son varias las compañías y sectores que, al más puro estilo, «Agárrate como puedas» nos están dando un verano «toledano» y ya nos anuncian que agosto será peor. En lugares como Ibiza nos sentimos indefensos ante estos ataques a un servicio público, el único que podemos utilizar si necesitamos desplazarnos a la mayoría de capitales europeas, en el que nuestros derechos, los de los usuarios que no tenemos ninguna culpa en sus pugnas personales, sentimos la frustración de quien se convierten sin quererlo en moneda de cambio. Todos los veranos, como en un particular «año de la marmota», damos las mismas noticias y vemos de qué manera se enarbola un derecho constitucional pisoteando otro. Lo siento, pero sus razones, entre las que se encuentran mayor libertad para elegir sus vacaciones o la contratación de personal cualificado, no merecen boicotear los días libres del resto. Si alguien piensa que mi manera de pensar es de derechas le diría, como a aquel “caballero” poco ilustrado de Valladolid, que lo que les falta a ellos es mucha mano izquierda, y que yo, como buena zurda, de eso estoy servida. En este noble arte del periodismo nuestra obligación es mirar siempre hace el centro y dejar que la opinión y las posturas las defiendan otros.
En este caso, señores de Air Europa, de Vueling, de Iberia y de «Perico de los Palotes» les diré la misma frase con la que me despedí de aquellos hombres de manos gigantes, como las que dibujaba Vela Zanetti, que un día me acorralaron ante una puerta: ojalá en vez de amenazas y bates esgrimieran ustedes, como una servidora, palabras; son un recurso más convincente y cargado de razón para todas las partes.
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