Tras conocerse el pasado miércoles por la noche que la mallorquina Vicky Pulgarín era la ganadora de MasterChef, el de ayer sábado fue su primer día de tranquilidad en Mallorca. Un día que dedicó a estar con su chico, Bernardo, con quien lleva tres años de noviazgo, y salir a comer a un restaurante de Génova un arroç brut, uno de sus platos preferidos. Por la tarde, disfrutando de la caída del sol en la terraza del Varadero, frente a la Catedral, nos concedió su entrevista más sincera.
—Toda España se enteró de que eras la ganadora el miércoles, pero ¿desde cuándo guardas el secreto?
—Desde el día 2 de junio. Al principio tenía ganas de salir y gritar que había ganado, pero no podía decir nada por contrato y luego me acostumbré.
—¿De pequeña jugabas a las cocinitas?
—Sí, pero sobre todo jugaba con mis amigas al juego de los sabores.
—¿Cual fue su primer trabajo?
—A los 16 años empecé de camarera en un bar. De mi primer sueldo siempre me acordaré: me compré unas zapatillas Nike. Luego estuve en un restaurante fregando platos y planchando los manteles. A los 18 años trabajé en una carnicería de Son Rapinya y mi último trabajo fue en El Corte Inglés de Avenidas, en charcutería y carnicería.
—¿Supongo que ahora no le faltará trabajo?
—Pues hasta que cobre el premio voy tirando de ahorros. En septiembre iré a Madrid al curso que he ganado. No espero nada de nadie. Si no me saco yo las castañas del fuego nadie lo hará. Con el tiempo me gustaría abrir mi propio restaurante y trabajar con Samantha en su catering.
—¿Le han salido muchos amigos, desde que ganó?
—Muchos (sonríe). La frase que más oigo es: «A ver si te invitas a algo» o amigos que quieren que los invite a cenar. Y yo me hago la loca.
—¿Qué le prepararía a su chico para una cena romántica?
—Improvisaría. Quizás un poco de marisco, que te pone a tono, unas cervecitas y un gin tonic.
—¿Cuál es su plato favorito?
—El tocino con una buena barra de pan me vuelve loca. La verdad es que me gusta todo.
—¿En qué se gasta la pasta?
—Gasto más en comida que en zapatos. El otro día nos comimos unas ostras que nos costaron 60 euros, pero para comprarme unos zapatos me lo pensaría más.
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