El dueño, Jesús Olivares, junto a su hija. | Arguiñe Escandón

Jesús Olivares llegó a Ibiza desde Cuenca con tan solo diez años y, pese a su corta edad, cuando llegó a la isla ya se había criado en Suiza y estudiado en Aranjuez. Su padre era agente de extranjería, lo que le llevó al país centroeuropeo y, posteriormente, a la localidad madrileña. Fue una excursión escolar lo que ligó por primera vez su destino con el de Ibiza, con tan solo ocho años. Muy poco tiempo después volvería para quedarse de las manos de unos tíos que ya vivían en la isla. Ahora, tras regentar durante casi 25 años el Restaurante Tot Bo de Can Bellotera, lo deja.

«Lo mejor que recuerdo de aquella Ibiza es la gente, era muy humana, muy sencilla. No era como ahora, una aglomeración en la que nadie se conoce. Antes tenías cuatro vecinos, salías, hablabas, comías... era como familia. Ahora todo el mundo va a lo suyo», comenta Olivares respecto a aquellos años en los que llegó, reflexionando sobre qué es lo que más ha cambiado. «No ha cambiado para bien, de lo que era a lo que es, hemos ido a peor. En sitios como este lo ves en el día a día», añade.
«Sostener el negocio día a día se hace con la gente del pueblo, que es la más importante. Es la clientela de toda la vida, que no ha fallado. Aquí hay gente que llevo viendo desde hace más de 40 años. Puedo contar que he tenido esa suerte», explica Olivares sobre el secreto para mantener un negocio durante tanto tiempo en un lugar como este.

Desde el primer momento, Jesús se dedicó a la hostelería. Su primer trabajo en la isla fue en el centro médico de la Casa del Mar como camarero en el bar del centro. De ahí pasó a un establecimiento en Vila, en la avenida Isidor Macabich y, después de eso, le surgió la oportunidad de regentar el local donde ha dirigido el bar restaurante Tot Bo desde entonces. «Abrí el restaurante hace 24 años. Era gente familiar, de pueblo, muy buena gente. Ahora todo ha cambiado, viene gente de todo tipo. Aun así, aquí ha seguido viniendo la clientela de toda la vida», comenta Jesús.

Es bien sabido que la hostelería es un negocio muy sacrificado, y así lo explica Jesús: «Son muchísimos años, muchísimas batallas y horas de trabajo día y noche. No tienes vida familiar siquiera, tengo dos hijos pero, por ejemplo, mis dos nietas casi no me conocen», explica algo apesadumbrado. «Es bonita la relación con la gente, el día a día, pero para ti personalmente no existe la familia, no tratas con ella», añade.

«Me levanto a las cuatro y media de la mañana para estar aquí a las cinco, llegas a casa a las diez y media de la noche y cenas para irte a dormir, porque al día siguiente tienes que volver a madrugar» ,cuenta Jesús. «Y ahora porque ya tengo una edad y cierro a cierta hora, pero antes daba casi la vuelta al reloj e incluso, cuando llegaba a casa, mi mujer tenía que quitarme los pantalones porque me quedaba dormido en el sillón», comenta.

Con este ritmo de vida es, efectivamente, imposible conciliar con la vida familiar y, ahora con sus 60 años, quiere emprender un nuevo proyecto de vida, del que no puede contar los detalles «porque aún quedan algunos flecos por cerrar». Con el restaurante no sabe qué pasará ya que, aunque el negocio haya sido suyo durante tantos años, el local no lo es.

Jesús se emociona a la hora de hablar de lo meditado de su decisión, por lo que supone dejar atrás: «Cuando tomas una decisión así es porque ya lo tienes estudiado y lo has pensando mucho. La gente me pregunta qué voy a hacer, que dónde voy a ir. Se emociona uno por la buena gente que ha tenido uno tantos años», concluye Jesús Olivares a punto de abandonar el negocio al que ha dedicado casi media vida.