María Guasch, minutos antes de la entrevista. | Moisés Copa

María Guasch es una «mujer de Formentera ultramarina». Nació en Cuba y ha participado en el programa de la TEF, Bona Nit Pitiüses Entrevistes con Toni Ruiz. Su historia es de lo más sorprendente.

—¿Qué pasó con José Juan Guasch Ferrer?
—Cuando yo nací, vivíamos en un lugar que se parecía mucho a Formentera y mi madre, cuando yo tuve ya conocimiento, me contó que una noche ella soñaba que me tenía en brazos y que, de repente, llegó una mujer con el pelo todo blanco que le pidió un beso. Ella le puso la cara, pero la señora me quiso dar el beso a mí y se fue. Mi madre me dijo que se le olvidó el sueño, que no le dio importancia, pero, al ir a ducharme, vio algo que brillaba en el muslo. Lo desenrolló porque tenía dos vueltas y era una cana. Al llegar mi padre del trabajo, le contó el sueño y lo de la cana. Mi padre dejó de comer porque, según creyó, era mi abuela de Formentera. Cuando mi madre me lo contó después a mí, eso me hizo comenzar a pensar en quién era o cómo eran mis abuelos o primos.

—Pero ustedes nunca supieron que su padre tenía una familia en Formentera.
—Ni mi madre tampoco. Él siempre tenía mucho cuidado de que yo no viera nada de lo que había dentro de un baúl que llegó de España. Él llegó a Cuba en el año 25 y hace 42 que murió. A los diez años de fallecer, y como él tenía tanta privacidad con aquellas cosas, decidimos que teníamos que abrirlo. Antes, habíamos respetado siempre la voluntad de mi padre.

—Usted sabe el motivo por el cual su padre no volvió a España.
—Sí pero me lo guardo también. Ya mi corazón late como debe porque yo no podía morir sin saber los motivos por los cuales mi padre hizo esa barbaridad, porque para mí lo fue. Dejó cinco hijos y, aunque fuera mi padre, no lo iba a justificar, aunque cuando regresé aquí, supe. Lo sé todo y fueron cosas muy duras. Si él venía, lo mataban. Entonces, a los diez años de morir nos reunimos los cuatro hermanos. Los dos mayores dijeron que ellos no iban a andar en aquellas cosas. Mi hermano y yo comenzamos a sacar cosas y encontré unos papeles, una inscripción suya de nacimiento o los barcos en los que navegaba. Eso me dio la oportunidad de encontrar unas direcciones y vi el cielo abierto. Comencé a escribir y no recibía nada. Dio la coincidencia de que esos días, en La Habana, se estaba abriendo la Casa Balear. Una señora de las que trabajaba allí cogió una revista de España y, cuando leyó lo que yo había mandado, me escribió y me animó a formar parte de la asociación y lo acepté. Seguí escribiendo al Registro Civil de Formentera y, de repente, un día se me aparece un hombre -Joan- con una carta que yo había mandado. Él venía de parte de mi familia de España, de mis hermanos de España, porque mi padre había dejado esposa y cinco hijos. Yo pensé que era un error. Él comenzó a decirme los nombres de mis familiares de aquí y eran los mismos nombres.

—Usted dice que ahora entiende a su padre, pero su familia habrá juzgado su actitud en algún momento.
—Incluso José, mi hermano, me dijo un día que me iba a decir algo y era que si nuestro padre nos hubiera hecho eso a nosotros, él nunca más le hubiera mirado a la cara. Justificó la actitud de los de aquí y todos lo entendimos, pero yo quería investigar los motivos por los cuales hizo aquello, porque era muy buen padre. Era muy noble y nos demostró siempre amor. Mi madre era fuerte y no estaba de acuerdo con los castigos y regañinas que nos daba. No me cabía en la cabeza que él hubiera hecho eso y con mis hermanos casi no hablábamos del tema.

—Usted habría oído hablar poco de Formentera hasta que descubrió la documentación de su padre.
—Sí, porque él intentaba evitar los temas que tuvieran que ver con la isla. Pero yo vine a España y venía con miedo. Joan, mi hermano, hizo todo lo que fuera posible para ello, incluso hacerme la invitación para salir de Cuba y me fue a esperar a Madrid. Cuando llegué al puerto de Formentera, dos sobrinos me esperaron con mucho amor; me invitaron a sus casas, pero yo quería ir a casa de mi hermano Joan. Después, me fui a casa de María, otra hermana, que no estaba de acuerdo con lo que mi padre había hecho. Era lógico. Ella me dijo que a los nueve años le escribió una carta, pensando que él iba a volver si la veía. Yo le pedí verla y me dijo que no, pero años después pude ver un pedacito y me llegó al corazón. Esa carta nunca llegó a enviarse.

—Su familia de Formentera, entonces, entendía por qué no había vuelto su padre.
—Sí, ellos lo sabían. María me dijo que ella sabía que mi padre tenía una familia negra en Santiago, pero no fue verdad. Él, antes de mi madre, tuvo una relación, pero fue con una mujer blanca. Si hubiera habido hijos negros, yo lo hubiera sabido. Mi padre, al final, dejó diez hijos. Yo intenté contactar con ese otro hijo que mi padre tuvo con aquella mujer, pero él no aceptó.

—¿Cuántas veces se ha puesto usted en la piel de su padre?
—Él, alguna vez que había perdido un poco el control con la bebida, reclamaba que le trajeran a sus hijos. Rompía, en su demencia, lo que tuviera alrededor, y como llamaba a los hijos, pensaban que era a nosotros. Yo me he puesto en su piel y pienso que fue muy fuerte lo que le impidió venir a Formentera. Yo tengo cuatro hijos y si sé que tengo que atravesar el fuego para estar con ellos, lo paso. Sé que no era fácil que él lo hiciera porque fue brutal lo que pasó.

—Ustedes han ido vinculándose con la isla después de ese descubrimiento y han pedido la doble nacionalidad.
—Eso supuso mejoras en mi familia. La situación en mi país ha sido muy difícil y, al poder estar aquí mis hijos, han estado mejor y me pueden ayudar a mí y a un tío que tienen en Cuba. Hemos podido vivir un poco mejor, aunque me duele porque me gustaría que todos viviéramos igual. Tengo en Formentera tres hijos y cuatro nietos y llevan aquí como diez años. Estoy contenta que estén aquí porque tienen otra vida, pero me duele estar sola en Cuba.

—En cualquier caso, esto es una última herencia que les dejó su padre.
—Yo digo que nos ayudó hasta después de muerto. Traigo cosas como el último tabaco que se estaba fumando o la boina. Todo lo que tenga que ver con mi padre, me siento feliz, aunque con tristeza. En Formentera, además, he hecho amigos y después me han visitado en Cuba.

—Usted dice que Cuba está pasando un mal momento. ¿Eso significa que está peor sin Fidel?
—Sí. Lo digo yo y se lo digo a quien deba decírselo. Cuando Fidel, no había lo que hay ahora. La economía está por el suelo. Él lo dejó todo bien atado, pero se han soltado los cabos. Se les ha ido de la mano. El pueblo cubano se va, es un éxodo y responde con eso. Las madres nos quedamos sin hijos porque todos se van. Eso es una realidad que se está viviendo.