Asentamiento de Can Burgus | Toni Planells

Los precios de la vivienda en Ibiza sigue favoreciendo el crecimiento de los espacios en los que los trabajadores de temporada malviven durante el verano.
Uno de estos espacios está ubicado en Can Burgus, en un terreno entre Sa Carroca y Can Raspalls que acoge cada vez más infraviviendas ocupadas por personas con empleos en los establecimientos más emblemáticos de la isla.

«La gran mayoría de quienes estamos aquí somos saharauis», asegura Mohamed, que trabaja como ayudante de cocina en uno de los grandes establecimientos hoteleros de la isla.
«Esta es la tercera temporada que trabajo en Ibiza», explica Mohamed, que asegura que «los otros años estuve compartiendo la habitación de un piso que ahora alquilan a los turistas». El joven de 26 años reivindica que «hay que buscar una solución al alojamiento para los trabajadores» mientras denuncia que «pagar hasta 800 euros por compartir una habitación no tiene sentido, trabajamos para ganar dinero y poder ahorrar para el invierno y para mandar a la familia, no para dárselo a alguien que se aprovecha: es una estafa».

Aznan, otro joven saharaui que cumple su cuarta temporada en la isla, asegura que «la temporada pasada viví en una casa abandonada donde también había una autocaravana en la que vivía un Guardia Civil y su pareja» para denunciar que «el problema de la vivienda en la isla lo sufre mucha gente, no sé qué tiene que pasar para que arreglen el problema de la vivienda». «Deberían obligar a los establecimientos hoteleros a ofrecer alojamiento a sus trabajadores», opina Mohamed con contundencia.
«En invierno comparto piso con otros compañeros en Sant Antoni, pero cuando llega abril nos echan a la calle y creo que esto no es legal», explica Azman, que asegura que lleva cuatro años trabajando en Ibiza. Mientras calientan un té en un hornillo de carbón Abdi se une a la improvisada tertulia de sus compañeros ante la pregunta: «¿quién es más ilegal, quienes acampamos aquí de esta manera o quienes abusan y estafan con el alquiler?».

Día a día

El día a día en esta improvisada comunidad, tal como describe Mohamed, «es tranquilo, la gran mayoría de la gente tiene uno o dos trabajos y solo viene para dormir». En temas de higiene, Mohamed asegura que «casi todos nos duchamos y hacemos nuestras necesidades en el trabajo. Muchos nos apuntamos a un gimnasio para ir a ducharnos por la mañana».
Sin embargo, Aznan añade con contundencia que «nadie quiere vivir así» mientras explica que «aquí no hay ni luz ni agua y, por las noches, los insectos no te dejan dormir». «Venimos de un campo de refugiados para acabar viviendo en otro campamento», lamenta el joven saharaui que reconoce que «se supone que en Europa, en el primer mundo, hay una vida mejor y mira. Nadie en el Tercer Mundo se imagina que la vida aquí es de esta manera».

«En las redes sociales parecemos famosos, pero solo es para que lo vea la familia», explica un segundo Mohamed para justificar la negativa de la gran mayoría de sus compañeros a la hora de evitar salir en fotografías. «En casa, nuestra familia se cree que vivimos en casas dignas, no en estas condiciones», explica un tercer Mohamed, licenciado en Periodismo y empleado en la seguridad de uno de los mayores Beach clubs de la isla, que asegura con cierto humor que «si mi mujer se entera de que vivo así, me devuelve a casa por las orejas».

«Sufrimos seis meses de esta manera para poder vivir los otros seis meses», justifica el segundo Mohamed con resignación. «Es una cuestión de oferta», insiste el periodista que explica que «por mucho que puedas permitirte pagar hasta 2.000 euros entre algunos compañeros, primero que no encuentras y, si tienes suerte resulta que te piden meses y meses de fianzas y garantías que es imposible pagar». «Si tuvieras tanto dinero no necesitarías venir a trabajar», zanja Mohamed junto a Ahmed, Alí un segundo Ahmed y Sidi, mientras subraya que «si no tienes donde dormir, tampoco puedes trabajar».

Incertidumbre

«Vivimos con la incertidumbre de si en algún momento vendrán a echarnos de aquí», reconoce el periodista, mientras crece la tertulia en la que otros residentes, como Evi, se muestran «más que agradecido tanto a las autoridades como a la propiedad del terreno que (de momento) no nos hayan puesto ningún problema». Evi trabaja en una cocina de un hotel y considera que «se trata de un problema del Estado, tampoco hay sitio para funcionarios y los políticos no están a la altura».
Respecto a la convivencia, la mayor parte de los habitantes reconocen que «casi todos venimos del Sahara Occidental y nos conocemos de una manera u otra, por lo que no hay mucho problema». «Además, somos muy escrupulosos y evitamos a gente que bebe o fuma», asegura un tercer Ahmed, que está buscando trabajo y que reivindica «más facilidades para poder tener la tarjeta del bus y poder buscar trabajo».

La convivencia y civismo entre ‘vecinos' queda reflejado en el número de bolsas de basura llenas y un entorno relativamente cuidado que no evidencia a las decenas de personas que conviven en el asentamiento de Can Burgus.

Limpieza

Hace aproximadamente un mes se llevó a cabo una limpieza por parte de la propiedad del terreno que, después de ser instada a hacerlo por parte del Ayuntamiento, accedió y corrió con los cargos.
El Ayuntamiento de Sant Josep, a través de la Policía Local, estuvo presente en las tareas para facilitar la salida de vehículos que había allí presentes, evitar que entraran de nuevo y hacer un seguimiento regular para comprobar la progresión de los trabajos y la gente que vive allí.
En este sentido, para desalojar a esta gente la propiedad tendría que interponer una denuncia y solicitar al juez el desalojo, pero eso de momento no se ha producido. Por lo tanto, todavía sigue habiendo gente viviendo allí.