Según la documentación de la que dispone la familia de Can Cosmi, en Santa Agnès de Corona, el establecimiento familiar dataría de 1958. «Pero una cosa eran los papeles y otra cosa era la realidad», matiza Toni Bonet, que sigue al mando de Can Cosmi junto a su hermano Juanito y su esposa Lorena con la ayuda de su hija Clara.

Tal como relata el hijo de Pep y Maria de Can Cosmi, «cuando se casaron mis padres, mi abuelo Toni les regaló el solar donde se hicieron la casa. Era un solar que tendría que haberse usado para construir un colegio, pero, por alguna razón, no se hizo y mi abuelo acabó por comprar ese terreno». Como apunte, Jesús, un cliente habitual y vecino de Corona, destaca la arquitectura del local porque, según tiene entendido, tiene «influencias de la arquitectura cubana».
«El constructor fue Pep Pere, que había estado en Cuba y se notó en algunas de las construcciones que hizo entonces», confirma Toni. La casa de Pep y Maria de Can Cosmi no tardó en convertirse en una pequeña tienda y un bar, al mismo tiempo que continuaba siendo la vivienda familiar de los Cosmi.

«Quien se ocupaba sobre todo de la tienda era mi madre», recuerda Toni, quien explica que «mi padre tenía un taxi y se encargaba de hacer las compras». En esa casa nacieron Pep, Maria, Catalina, Toni y Juanito, quien asegura con humor que «yo nací en la taza del water». «El mismo año que nací yo, 1959, fue cuando ampliaron el bar arreglando el almacén en el que mi padre guardaba las algarrobas y algún cartón de tabaco de contrabandos», explica Bonet respecto a la ampliación del negocio familiar y de los negocios paralelos que se llevaban a cabo hace medio siglo.

«Una vez vino un ‘delegado’ y Juanito le vendió uno de los paquetes de tabaco ‘del bueno’. «¡No veas la bronca que le echó su padre!», recuerda entre risas Toni de Can Bel·la, cliente y vecino de Can Cosmi de toda la vida. Jean Willi también es vecino de Corona desde hace décadas y recuerda otro tipo de actividades ilegales que se llevaban a cabo en su pueblo hace más de medio siglo. «Se jugaba mucho a las cartas y muchísima gente perdía sus fincas jugando al munti en Can Partit», recuerda Willi mientras Toni apunta que, «cuando las autoridades les pillaban y paraban las partidas durante una temporada, venían a jugar aquí, en Can Cosmi». «Santa Agnès era el paraíso de los alcohólicos», añade Willi con humor para explicar que «era un pueblo con pocas casas, una iglesia y cuatro bares».

Tiendas de antes

«Se vendía de todo y a granel, como en las tiendas de antes, incluso hasta teníamos sedalinos» explica Toni, quien recuerda que «la nevera que teníamos entonces consistía en una cuerda, un gran cubo y la bebida fría en el pozo».
«Cuando mi padre compró la primera nevera de butano, hacíamos helados congelando los refrescos de limón y éramos la envidia de los demás niños; ellos eran capaces de darnos una paliza con tal de que les diésemos dos chupaditas», explica Toni, que recuerda que «los únicos refrescos que había entonces eran de limonada, de Ricola y Esmach.

«De alcohol sólo teníamos Anís, Cognac, ron escarchado, hierbas ibicencas y Frígola». «Había una pequeña bomba para medir el aceite que se servía y tampoco había bolsas de plástico porque todo el mundo llevaba su sanalló o se les servía en papelinas», añade Toni.
«Además de atender la tienda y el bar, mi madre todavía encontraba tiempo para ponerse a hacer punto canario con mis hermanas tras el mostrador de la tienda», recuerda Toni, que asegura que «todavía hay clientes extranjeros que siguen viniendo y dicen que conservan las mantelerías que les hizo mi madre». «Mi madre lo controlaba todo, era quien llevaba el mando de todo», asegura Toni, que recuerda que «en la época de los peluts era como una madre también para ellos».
«Mi hija Clara es como ella; siempre está al mando», asegura Toni, quien indica que su hijo Andreu también estuvo trabajando «tres o cuatro años» en el negocio familiar.

Una muestra de la hospitalidad de la familia Cosmi es el capítulo en el que Jean Willi explica cómo les conoció.
«Era la Navidad de 1975 y estaba esperando a unos amigos para ir a Sant Mateu y la familia me hizo entrar para calentarme junto a ellos mientras llegaba mi amigo». Otro de los peluts que llegó a Corona en esa época es Manfred, que pone como ejemplo el buen humor y sarcasmo de los coroners explicando que «cuando llegué, como no sabían pronunciar mi nombre, me empezaron a llamar Mal fet, que es el apodo que me ha quedado. «Son como de la familia; llevo más de 40 años sirviéndoles cerveza y nunca hemos tenido ningún problema que no pudiera solucionarse con un barril», explica Llorenç, proveedor de cerveza, acerca de los de Can Cosmi.

Una opinión que comparte con otro cliente, Jordi, que califica a Toni y su familia como «grandes personas que, sin necesidad de conocerte, te ayudan en todo lo que necesites». «Igual que hacía siempre Maria», añade el veterano de Can Bel·la.

La popular tortilla

Maria de Can Cosmi también fue la emprendedora de la famosa tortilla que caracteriza este establecimiento.
«Fue en una época en la que empezaban a venir muchos turistas paseando desde Sant Antoni. Llegaban exhaustos y hambrientos y, cuando le preguntaban a mi madre si tenía algo para comer, ella les preparaba algo con lo que tenía en casa: huevos de nuestras gallinas, cebolla y tomate», destaca.
«Yo prefiero la chuleta de cordero o la paletilla si hace frío», opina Jesús sobre la oferta gastronómica de Can Cosmi mientras califica este lugar como «el último bastión de este tipo de bares que, por desgracia, están desapareciendo».