María y Lucía agradecen la ayuda que reciben en las viviendas de acogida del Consell d’Eivissa y en la Oficina de la Mujer. | Daniel Espinosa

La protagonista de esta historia, una mujer a la que llamaremos María, asegura que ha visto de cerca la maldad en una persona. Junto a sus hijos pequeños tuvo que huir de la ciudad andaluza en la que residía para escapar de los golpes y vejaciones de su ex marido. Tras comenzar de nuevo en Ibiza, y cuando parecía que la vida le sonreía, María se vio envuelta en una nueva vorágine de golpes, humillaciones y malos tratos.

Según relata a Periódico de Ibiza y Formentera, durante siete años sufrió la violencia de su primera pareja: «Pensaba que me moriría allí porque los malos tratos comenzaron desde que yo me quedé embarazada. Fui muy consciente porque eran malos tratos físicos. Me quería ir, pero me daba miedo».
Este individuo llegó a amenazar al padre de María y a ella le espetó frases como que «me iba a cortar el cuello» o «tus hijos se van a quedar huérfanos».

Viajó a Ibiza con la esperanza de rehacer su vida. Precisamente, en la isla residen algunos familiares con quienes compartió vivienda hasta que llegó la pandemia.

Durante un verano, María conoció a la persona con la que ha estado estos últimos tres años y con la que ha vuelto a vivir un infierno. «Desde el principio me pareció verle muy buenas cualidades, valores. Él tenía mucha prisa por iniciar conmigo una relación y, además, se portaba muy bien con mis hijos. Es posible que no quisiera ver cómo era», asegura.

María relata cómo comenzó a someterla y a manipularla de manera sutil, para empezar después a vejarla, a golpearla, «y mientras, él sonreía viendo mi sufrimiento». Según manifiesta, este hombre empezó a hacer cosas para que las otras personas creyeran que ella había perdido la percepción de la realidad: «Les decía a mis hijos que su madre estaba loca y que me iban a llevar». «Haciendo ver que me daba un abrazo, me llegó a romper dos costillas», recuerda también. María explica cómo, cuando ella dormía, se masturbaba en su cara. A pesar de todo, no denunció.

Un día, aprovechando que María estaba fuera de casa y que los hijos estaban en el colegio, este individuo cambió la cerradura de la vivienda. Momentos antes, como si nada pasara, les había prometido que irían todos a comer e incluso al parque para intentar pasar un buen rato en familia.
Ella se quedó sin nada y tuvo que llegar a dormir en la calle durante un par de noches. Sus hijos se marcharon con los abuelos, aunque durante una semana tuvieron que llevar puesta la misma ropa. Fue entonces cuando María se decidió a dar el paso y ahora reside en un piso de acogida de la Oficina de la Dona.

«Me molesta mucho cuando otras mujeres me dicen que ellas, a la primera, se hubieran ido o que nunca habrían estado con una persona así. Yo tampoco», reconoce. María reitera que «es evidente» que, si se viera desde el principio, ninguna mujer apostaría por iniciar una relación con un maltratador, «pero, cuando estás dentro, no lo ves igual».

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Tras tener que escuchar todo tipo de comentarios, María pide «más empatía» con las víctimas. «Me arrepiento de no haber acudido antes a una casa de acogida. Tenía mucho miedo al cambio, a sacar a mis hijos de su rutina, aunque ellos estaban sufriendo igual que yo», concluye.

A día de hoy, el maltratador de María continúa intentando contactar con ella. «Me ha cosificado. Solo quiere usarme y tirarme cuando él quiera», explica.

El caso de Lucía

Ha vivido prácticamente toda su vida en Ibiza. Lucía, nombre ficticio de esta víctima, vivió con el padre de su hijo pequeño «el año más maravilloso de mi vida», aunque después todo cambió. Su expareja, consumidora habitual de drogas y alcohol, comenzó a tratarla de manera diferente, a decirle «no vales nada» o «nadie te quiere». Cuanto más consumía, mayores eran sus desprecios.

Tras una década juntos, llegaron los malos tratos físicos y «no solamente conmigo, sino con el niño», quien padece una grave enfermedad. En su caso, Lucía le llegó a denunciar: «Al final le retiré la denuncia porque antes te ponían juntos y él comenzó a decirme que iba a cambiar y que iba a convertirse en otra persona. Me convenció y volví con él».

Este hombre echó de casa al hijo mayor de Lucía puesto que, durante una pelea, el joven trató de defenderla. «La última fue que cogió a mi pequeño del cuello y casi lo mata. Fue cuando dije ‘basta'», lamenta.

La pelea fue de tal calado que la madre y la hermana de este individuo, presentes durante la disputa, le pidieron que llamara de inmediato a la Guardia Civil. En ese momento, Lucía tuvo que aguantar que otra de sus cuñadas le insinuara que «algo habrás hecho a mi hermano para que se ponga así».
Lucía explica también cómo sus amigas le advertían que estaba viviendo una relación tóxica, aunque este hombre llegaba a hacerles creer que todo era culpa suya. «No puedes olvidar. Recuperarse, creo que no te recuperas nunca porque es una grieta en el corazón que queda ahí», concluye.

Lucía considera que quienes la asisten en la casa de acogida son «mis guardianas» y con ella han estado cuando no ha podido dormir o cuando ha vuelto a sentir miedo. «Nunca vas a estar sola porque siempre va a haber alguien que te va a ayudar a salir de esto», asegura. «Tengo suerte porque aún no me lo he encontrado. El día que lo vea, voy a temblar porque me va a remover todo», reconoce.