Gianluca Petrella Quintet sobre el espectacular escenario del baluarte de Santa Llucia. | Marcelo Sastre

El primer festival de Jazz de la historia se celebró en Niza en 1948. Hasta Francia se desplazó Louis Armstrong con su grupo All Stars. También tocaron Django Reinhardt y Stéphane Grapelli. Tuvo que ser algo impresionante.

Un festival de jazz es como el menú degustación de un restaurante con varias estrellas Michelín. Es un banquete para los sentidos, con platos con técnicas variadas, sus maridajes, sus postres. La edición 33 del Eivissa Jazz superó las expectativas de los comensales, al menos de un servidor, y el número que la encabeza es el perfecto para su «relanzamiento», como dijo el concejal de Cultura Pep Tur, su resurrección tras la breve edición coronavírica. Si la cosa va cuesta arriba, la espera de un año se hará larga.

Empezar con el trío de Gonzalo del Val, abierto al público, fue un regalo para la ciudad. Su ‘Cancionero’ fue una delicia. Un recopilatorio de canciones que arrancó con el arreglo de un tema del mítico batería Paul Motian, ‘Byablue’. Gran carta de presentación. El Romancero nº2, del propio del Val, con un solo de batería delicado al principio para ir subiendo en intensidad hasta la llegada de la trompeta de Benet Palet, le dio continuación. El concierto fue paseando por piezas de Keith Jarrett u Ornette Coleman intercaladas con composiciones de los miembros del grupo como ‘Sorra entre les mans’, del bajista David Mengual.

La ya muy consolidada Big Band Ciutat d’Eivissa cerró la noche inaugural con un repertorio que homenajeaba nada menos que a Duke Ellington y Count Basie. Jazz del big, big. Con partituras originales de los años 30 y 40 y arreglos más modernos, la gran orquesta de jazz de la isla le puso mucho ritmo a la noche.

Alguna apasionada del swing no pudo evitar arrancarse a acompañar con las palmas lo que no podía disfrutar con los pies en el One O’Clock Jump, de Count Basie, con la genial lucha de saxos entre Víctor Águila y Nacho Marí.

Jueves y viernes fueron días para la juventud y los proyectos fugaces.

Tener al quinteto de Michelangelo Scandroglio, ganadores del festival de Getxo de este año, que no se pierda esta colaboración. Son un espectáculo, con unos solos muy medidos y una técnica excepcional.

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Pero no se quedó atrás el Alba Careta Group. El quinteto de la trompetista de Avinyó también derrochó descaro sobre el escenario. Careta encandila con la trompeta y con su propia voz, acompañada de Gabriel Amargant al saxo, Roger Santacana sentado al piano, Giuseppe Campisi con el contrabajo y Josep Cordobés en la batería.

Los conciertos del viernes tuvieron un sabor especial por la oportunidad única que suponían. Empezó el proyecto Focusyear Band. José Miguel López dio cuenta al público de lo especial que era aquel momento. Siete músicos sobre el escenario, todos excepcionales, seleccionados para una especie de ‘Gran Hermano’ del jazz que se celebra en Basilea. Han estado concentrados un año, recibiendo clases magistrales de los mejores músicos del mundo y eligieron Ibiza para cerrar esa experiencia. El del viernes fue su último concierto.

Por otro lado la Eivissa Jazz Experience, que ya es un clásico de este festival. Abe Rábade reunió de nuevo a un quinteto experimental, con grandes artistas de otras ediciones, sólo para esa noche. El gallego llevó sobre el escenario algunos de los temas en los que trabaja para su nuevo disco, dedicado al mundo de las plantas y los árboles. «Una fricada» como lo describió él, pero musicalmente genial y de la que el público pudo disfrutar por primera vez. El viaje se cerró con un viaje en autobús, tan breve y frenético que fue necesario un bis.

Lágrimas en el universo

Pere Navarro es hijo del festival. Tanto que las alabanzas de uno de los que le vio nacer en esto del jazz, José Miguel López, le obligó a callar en su primera intervención entre canciones. Se le caían las lágrimas. Su quinteto habla, tanto o más que Navarro entre canción y canción, de lo buenos que son estos músicos. Ferran Borrell, Josep Coll, Joan Solana y David Xirgu.

Como cierre, algo muy especial, quizás no para todos los gustos, pero los buenos menús deben tener un poco de riesgo si es genial. El ‘Cosmic Renaissance’ del quinteto de Gianluca Petrella atrapa en un universo de ritmos trivales, sintetizadores y distorsiones.

Una experiencia cósmica en la que uno se debía sumergir o salir expulsado. Impresionante. Postre, burbujas y hasta el año que viene, quizás sin mascarilla.