En un panorama donde los cierres de negocios por culpa de la crisis sanitaria se han convertido en otra pandemia más, el caso de Piecitos es una excepción que sin embargo supone una pieza más en el cambio del paisaje del pequeño comercio de la ciudad de Vila.
Puri lleva regentando esta zapatería infantil desde su apertura en el 2001. «Llevo muchos años y ya empiezo a estar un poco cansada. Ahora tengo dos nietas y otro que viene de camino y quiero disfrutar de ellas», cuenta Puri, que insiste en que la pandemia no es la culpable del cierre tras 20 años. No obstante reconoce que le ha servido para lanzarse a tomar la decisión. «Toda esta situación te hace pensar: cualquier día uno no sabe dónde puede estar», medita.
Reconoce que, en contraposición con muchos pequeños comercios de la isla, ella se lo puede permitir al ser propietaria del local, que espera poder alquilar, vender o traspasar sin muchas dificultades cuando pase toda esta crisis.
En este sentido tampoco tiene ninguna prisa, se decidirá a cerrar definitivamente la persiana cuando consiga liquidar todo el stock que le queda en la tienda, «como máximo el próximo octubre».
Su situación personal también le permite dar por concluida esta etapa de su vida con una tranquilidad total al ver a sus hijos mayores y con la vida hecha, y con el apoyo de su marido, con una licencia de taxi en propiedad.
La responsable de Piecitos recuerda cómo su negocio fue de los primeros en abrirse en esa calle nada más construirse las edificaciones que se encuentran en esa zona, junto a la tienda de uniformes que sigue en la esquina del mismo bloque y la tienda de cuadros Jofre, que se jubiló hace unos años. «Entonces a partir de aquí todo era campo y la clientela se sorprendía de que se abrieran negocios en esta zona tan apartada».
Reconoce cierta pena por dejar este capítulo de su vida, pero reconoce que no deja de ser «un poco esclavo» el estilo de vida que le obliga la gestión de la tienda que ella misma ha llevado durante todos estos años.
Se siente un poco agobiada por el poco tiempo que le deja la tienda para su vida: «Me levanto por la mañana y me voy a la tienda, cierro al mediodía, hago la comida y vuelvo. Cuando vuelvo a casa ya es la hora de cenar y no me da tiempo a hacer nada». Además también abro los sábados por la mañana y me parte el día, por lo que el único día que me queda libre es el domingo». Eso sin contar las dos veces por temporada que Puri y su marido se embarcaban con su coche rumbo a la península para volver cargados de género para la tienda.
Se prejubila así, casi ocho años antes de lo que le tocaría, empujada también por los ánimos de sus hijos, que le reclaman las funciones de abuela que tanto desea ella desempeñar.
Aparte de disfrutar de sus dos nietas, Valeria y Nora, de trece meses y tres años y medio respectivamente (más el tercero que está en camino) como se merece, Puri también tiene claro que a partir de su jubilación le dedicará el tiempo que se merece a sus aficiones como las manualidades, su huerto, sus gallinas, sus flores y el yoga. En definitiva, como resume: «A vivir un poco la vida». Se lo ha ganado.
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